miércoles, 27 de diciembre de 2017

Zynko (cap. 2)

Dross
 
Esta es la historia de Dross. Dross es escritor. Fue un niño muy creativo, inventaba sus propios juegos y no necesitaba a nadie para disfrutar de mil y una historias.
El sentido del humor siempre ha tenido un peso importante en su vida. Una buena broma es la mejor forma de sobrellevar las penas y de celebrar las alegrías. Sin embargo reserva ese sentido del humor para su pequeño círculo de confianza, para aquellas pocas personas que han logrado derribar su muro de protección frente a la crueldad del ser humano. Porque sí, las personas pueden ser maravillosas… pero también son capaces de lo peor, él lo sabe muy bien, pudo comprobarlo desde bien pequeño en el colegio.
Dross disfruta enormemente montando puzles. Tiene puzles enormes, de diez mil piezas, que han pasado sobre la mesa de trabajo meses enteros. Resulta curioso comprobar que ninguna de esas obras de arte descansa sobre las paredes de su casa. Arma un puzle y cuando ha terminado le dedica una hora de atención. Después todas las piezas vuelven a la caja. Arte efímero en estado puro. Un buen ejemplo de que el camino puede ser tan gratificante como la meta y, desde luego, mucho más interesante.
Los detalles le apasionan, siempre ha creído que en ellos se encierran los secretos de la belleza. Los pequeños detalles hablan del caos de universo. Puedes disfrutar de la belleza del manto otoñal que fabrican las hojas de los árboles al cubrir las aceras, pero cuando centras tu atención en una hoja en particular y sigues su trayectoria desde la rama hasta una cuneta dos calles más al sur, pasando por su infinito baile impredecible… entonces es cuando percibes ese caos que rige todas las cosas. La improvisación que Dios disimula tan bien se torna de pronto transparente. Por este mismo motivo adora el Jazz.
El oficio de Dross es el de escritor. Y como tal, inventa personajes, los sumerge en un universo propio y cuenta su historia. Dross se prepara una taza de té verde bien caliente (sabe que se le enfriará sobre la mesa antes de terminarlo), se sienta en su escritorio y comienza a escribir:
 
Esta es la historia de Tess. Tess es escritor.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Zynko (cap. 1)

Ulho
 
Esta es la historia de Ulho. Ulho es escritor. Es una de esas personas que parece no alterarse por nada jamás. Habla siempre de forma pausada y en rara vez altera el tono de voz; mantiene un carácter, por lo general, serio.

Aprecia el silencio, lo valora como pocas personas lo hacen. Es necesario entender muy bien la soledad para amar de esa forma al silencio. La mayoría de personas son ruidosas y no saben disfrutar de la paz y armonía que él encuentra en la soledad. A menudo se pone los cascos de su móvil sin que suene música por ellos, con la finalidad de que el resto del mundo le piense ocupado y pase a su lado ignorándole. Cuando decide que necesita compañía, suele buscarla en la música. Adora a la clásica y le dedica toda la atención, respeto y mimo cuando escucha a los clásicos.
De naturaleza estoica, Ulho disfruta de comidas frugales. Huye de los excesos, tanto gastronómicos como de cualquier otro tipo. Podría decirse que lleva una vida sencilla. Es metódico en sus costumbres, resulta más sencillo ceñirse a un ajustado plan de monotonía cuando no compartes tu piso ni tu vida.
Tiene una profesión con la que, además de disfrutar mucho, se gana el reconocimiento de su editor. Es muy meticuloso en lo que hace, no recolecta éxito a nivel internacional pero su actuación acostumbra a ser más que digna. Siente una responsabilidad por el valor de sus obras que va más allá del mero entretenimiento. Su escrupuloso trabajo ha de tener un impacto notable pero sin dejar ver los sacrificios o esfuerzos que realice el autor.
El oficio de Ulho es el de escritor. Y como tal, inventa personajes, los sumerge en un universo propio y cuenta su historia. Ulho se prepara una taza de café bien caliente (lo toma solo), se sienta en su escritorio y comienza a escribir:
 
Esta es la historia de Dross. Dross es escritor.

 

miércoles, 29 de noviembre de 2017

El éxito

- El éxito en una presentación atractiva para la audiencia y fructífera se esconde en estos 4 principios:
     1. Haz listas.
     2. Crea expectación, deja lo mejor para la sorpresa final.
     3. Haz que la audiencia participe de forma activa, logra que demanden más información y agradece sus preguntas.
 
Confío en que estos consejos les ayuden a mejorar sus presentaciones, muchas gracias por su atención.
 
- Disculpe, ha dicho que había 4 principios, ¿cuál es el cuarto principio?
 
- Exacto, lo has comprendido a la perfección. Gracias por tu pregunta.
     4. No te olvides del sentido del humor.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

El cartel

Desde el momento que llegué a este extraño pueblo me sorprendieron muchas cosas. Muchos eran los detalles que me inquietaban, especialmente en el momento de duermevela, cuando tumbado desde mi cama recorría las calles de Comstock con la mente y me detenía en aspectos que no encajaban en aquella realidad. Muchas de esas cosas eran extrañas, llamativas y no las encontraréis en ninguna otra parte del planeta.
 
Sin embargo había una que sobresalía a todas las demás. Aquel cartel. Puede pareceros una nimiedad, pero jamás entendí la utilidad de ese cartel ni cómo continuaba en ese sitio, tan molesto, en mitad de la acera principal dificultando el paso de los viandantes. Os juro que en el primer instante en que lo vi pensé que se trababa de una extraña broma. Sin embargo nada más lejos de la realidad, se invertía una importante cantidad de dinero en su mantenimiento cada año, el alcalde atendía personalmente los aspectos relacionados con el cartel, todavía hoy lo sigue haciendo. De hecho fue él quien lo instaló hace más de 30 años y quien lo mantiene inmutable en el tiempo. Únicamente le han hecho reparaciones y restauraciones, pero tanto el mensaje como la posición son exactamente los mismos que cuando lo inauguraron.
 
En múltiples ocasiones pregunté a los vecinos cómo era posible aquel despropósito. Me interesé por el origen del cartel, su historia, si le encontraban alguna utilidad o si simplemente eran capaces de decirme que no veían el sinsentido de aquel cartel. Me preguntaba cómo era posible que en un pueblo de apenas 350 habitantes no existiese ni tan siquiera uno con dos dedos de frente que viese, igual de claro que yo lo veía, que aquel cartel era inútil y hasta ofensivo al sentido común. Todos apoyaban al alcalde. Aseguraban que aquel cartel no hacía daño a nadie y que, gracias a su instalación, la convivencia en el pueblo era mucho mejor.
 
A tal punto llegó mi desquicio que solicité entrevistarme con el alcalde. Necesitaba mirarle a los ojos y que me confesase que todo aquello formaba parte de una broma absurda, que en realidad todo el pueblo se había confabulado para tomar el pelo a un forastero que acababa de instalarse en el pueblo hacía un par de meses. No sólo no lo hizo sino que puso en valor al dichoso cartel.
 
La vieja feria abandonada con sus atracciones en ruinas a las afueras del pueblo; el embarcadero carcomido y medio quemado a las orillas resacosas del que una vez fuese un precioso lago; la vieja gasolinera abandonada ocupada ahora por roedores y serpientes; el decrépito depósito de agua que apenas se mantiene en pie... todos esas evidencias de abandono y olvido en el pueblo son nimiedades al lado de este maldito cartel.
 
Tan paradójica me resulta su mera existencia que se me antojaba ofensiva. Confieso que intenté destruirlo, pero los vecinos me lo impidieron. Tras uno de mis ataques fallidos llegué a cumplir condena y dormí una noche en el calabozo. ¡Como si fuese un delincuente! ¿Acaso esos estúpidos pueblerinos no veían lo absurdo que resulta un cartel como ese?
 
El asuntó llegó a obsesionarme. Dejé de dormir, después me olvidé de la higiene personal y hasta dejé de comer. Pensaba en el cartel a cada momento, durante todo el día y toda la noche. Contaba los segundos y lamentaba que aquel cartel siguiese en pie, desafiando a la cordura del mundo entero. Pasé meses ideando la forma de hacerle ver a todo el pueblo su error, pero por más que lo intentaba sólo recibía apatía y miradas de lástima. Parecía que el tarado era yo, por no ser capaz de convivir con un ser inerte en el mismo pueblo y dedicarle la guerra.
 
Ya no aguanto más. La realidad es que ese cartel no tiene razón de ser y no puede seguir existiendo.
 
Jeffrey G. Kennedy
 
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- Esta es la carta de despedida que dejó el tío Jeffrey antes de... bueno antes de acabar con su vida
- ¿Entonces el tío Jeffrey no murió en un accidente de avión? ¿Se... se suicidó?
- Sí cariño, padecía algún tipo de trastorno y su cabeza no aguantó más. La tomó con aquel cartel, pero si no hubiese sido eso habría sido cualquier otra cosa
- ¿Y cómo murió?
- Se lanzó a por aquel cartel y se golpeó la cabeza una y otra vez hasta abrírsela. Murió desangrado en aquella acera
- ¿Habéis ido alguna vez a dejar flores por su alma?
- No cariño, los habitantes de Comstock dieron sepultura a su cuerpo. Fue demasiado doloroso para nosotros y jamás visitamos aquel pueblo
- Yo iré, necesito ver el lugar donde murió el tío Jeffrey
 
 
 
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  |     ¡ C U I D A D O !     |  
  |  NO TE GOLPEES LA CABEZA  |  
  |      CON ESTE CARTEL      |  
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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Rudolph no puede teclear porque es un reno

Dicen que todos los días tienen 24 horas. Yo no las he contado nunca, entre otras cosas porque casi siempre he pasado muchas de esas veinticuatro horas durmiendo; y cuando no he estado durmiendo he estado entretenido con otros menesteres. No es que siempre haya estado demasiado ocupado como para contar las horas de un día, no soy una de esas personas que no dejan de hacer cosas en cada minuto de su vida (nada más lejos de mi realidad), simplemente... no me lo he propuesto hacerlo hasta el momento.
 
He calculado cuánto tiempo paso de pie al día, cuánto sentado y cuánto tumbado; esos cálculos sí los he hecho alguna vez. También he contado cuánto tiempo paso comiendo o cuánto viendo la televisión. Podría decirte cuánto tiempo paso con la mirada en una pantalla de ordenador o incluso utilizando mi teléfono móvil (basta con preguntarle a él mismo). Esta mañana he calculado el tiempo que paso al año sacando la pasta de dientes del tubo, que mi pareja se empeña en apretar por la mitad en lugar de hacerlo como es debido: desde el final hacia la boquilla, de manera gradual. Son 36 minutos y medio al año, por cierto.
 
Aunque durante el tiempo de sueño no tengo consciencia ni soy capaz de controlar mis sueños; a pesar de que mi cerebro conecta ideas de forma aparentemente arbitraria y funciona de manera autónoma... voy a suponer que no dejo de ser yo. Voy a asumir que yo soy yo, al menos, durante todo el tiempo de mi vida. Podríamos entrar a considerar si seguiré siendo yo después de la muerte de mi cuerpo o si era yo antes de nacer; debatir sobre si la idea de mi persona que continúe en las mentes de las personas que me han conocido tras mi muerte, seguirá siendo yo; podríamos discutir sobre si antes de nacer, cuando todavía estaba en el vientre de mi madre o incluso en los planes de mis padres, yo ya era yo. Estoy utilizando demasiados puntos y coma y lo estoy haciendo fatal, discúlpame. Podríamos recorrer esos caminos filosóficos pero no lo haremos, consideraremos mi tiempo de vida y supondremos que yo soy yo (y mis circunstancias) durante ese tiempo. Es decir, no puedo dejar de ser yo. Ni cuando trabajo, ni cuando como, ni cuando veo la televisión, ni cuando me río a carcajadas escandalosas, ni cuando lloro amargamente, ni cuando me estoy lavando los dientes... ni siquiera cuando duermo. No puedo dejar de ser yo y mis circunstancias. Siempre soy yo, yo y mis circunstancias. Siempre yo.
 
Entonces dime, ¿cómo no voy a quererte si tú formas parte de mi yo, y yo no puedo dejar de ser yo? ¿Acaso no ves que no tiene sentido?

[Suena la canción Jingle Bells, Santa Claus saca de su bolsillo un teléfono móvil, aparta la mirada de la pantalla del ordenador y la dirige a su Smartphone]
 
"Perdona, me llaman por teléfono, Rudolph, y parece importante", teclea. "No te pongas celoso porque sabes que siempre has sido mi reno favorito."

jueves, 14 de septiembre de 2017

Ismael

Llueve a cántaros, los coches inundan los carriles de la ciudad mientras el viento hace zozobrar a los cuatro viandantes a los que ha sorprendido el temporal. Sin embargo Ismael camina con la parsimonia y tranquilidad de quien se sabe en casa. Es un viejo con la piel demasiado curtida y una sonrisa en la cara que sujeta un cigarrillo liado a mano. No parece importarle que el agua haya ahogado al humo de su cigarrillo. Lleva unos vaqueros que parecen recién estrenados y son 2 tallas mayores que la suya, en contraste con un jersey de lana gorda muy desgastado y un gorro, también de lana, enroscado en su cabeza. Bajo el gorro escapa una maraña de pelo alborotado y cano, del mismo color que su frondosa barba.
 
Hace mucho tiempo que no llovía con tanta intensidad, hace demasiado tiempo que Ismael no sentía el agua correr por sus mejillas en la forma en la que la siente ahora. Su sonrisa crece a cada instante, parece estar a punto de romper a reír a carcajadas. Rescata el cigarrillo de la comisura de sus labios con los dedos pulgar e índice. Esos dedos... ¡sus manos! Las manos son quienes le delatan, Ismael es, o ha sido, marinero. A decir verdad Ismael ES marinero, cuando alguien ha compartido tanta vida y muerte con la mar, jamás puede dejar de ser su novio, jamás puede olvidarla.
 
 
Lo que no termina de quedarme claro es si yo soy un narrador omnisciente describiendo a Ismael o un personaje que le observa a los ojos. A decir verdad es difícil saberlo con una narración tan caótica. Existe cierta confusión propia de un personaje ajeno al protagonista pero inmerso en el mismo universo que va descubriendo a Ismael conforme lo observa, pero al mismo tiempo se presentan detalles que sólo un ser omnisciente podría saber (por ejemplo su nombre).
 
Supongo que la idea de un hombre enigmático que expresa una actitud anómala frente a la tormenta era más importante que los detalles. Imagino que las ganas de escribir sobre un marinero alejado de la mar y sobre cómo sobrevive en ese mundo ajeno a cuanto conocía, pudieron más que el sentido de la responsabilidad. No sé...
 
... eso sí, por favor, llamadle Ismael. Al menos hasta que termine la novela que descansa sobre mi mesilla.

miércoles, 19 de julio de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 7

Punto de inflexión

Llega a la oficina central dispuesto a hablar con el jefe, le comunicará su decisión de manera rotunda y le hará ver que es irrevocable. Está algo nervioso pero no se echará atrás.
 
Es pronto. Creía que siempre había alguien de guardia en La Central, pero lo cierto es que el jefe no está en su despacho. Abre la puerta y entra, le esperará dentro. Sobre la mesa una agenda abierta llama su atención; curioso, echa un vistazo rápido a la página manuscrita:

 
Pero, ¿qué cojones es eso! Una extraña sensación incómoda recorre su espalda. ¿Están hablando de su vida? Alguien se ha dedicado a hacer anotaciones sobre su¡Pero también hay cosas que no le han pasado...! ¿Todavía?
¿Se trata de alguna especie de broma macabra? Mira alrededor, nadie parece observarle. Fuera del despacho la secretaria sigue hablando por teléfono y los cuatro gatos que hay en la oficina no parecen haber alterado lo más mínimo su comportamiento. Todo esto es muy extraño, es como si alguien hubiese escrito el guion de su vida. Pero, ¿se trata de un cuaderno de observaciones, o de predicciones? ¿Cuándo fueron hechas todas estas anotaciones? No parecen recientes, y algunas páginas hablan de sucesos de la semana pasada... Está asustado y debe tranquilizarse. Ni siquiera hay referencias directas a su persona, pero esa sensación en la nuca...

De pronto la puerta se abre y entra ella, sorprendido y sin aliento exhala:
- ¿Qué haces aquí?

miércoles, 7 de junio de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 6

La decisión de la cabeza

[Una solitaria cabaña de madera en algún lugar de la Luna]
Necesitaba tomarse un tiempo para echar la vista atrás y analizar todo lo que había vivido en los últimos años. Le provocaba vértigo asomarse al galimatías emocional, intelectual y experiencial en que había estado inmerso desde que comenzase este trabajo hacía ya 3 años. De hecho ni siquiera sabía si tenía que mirar hacia atrás, hacia adelante o hacia adentro para tratar de comprender todo y lograr una visión completa desde la perspectiva adecuada.
 
Cuando le dijeron que tenía a su alcance los recursos que necesitase para realizar su trabajo no entendió, ni siquiera atisbó, a qué se referían exactamente. No imaginaba que podría solicitar al departamento de materiales, cualquier herramienta que necesitase... de cualquier tipo, incluidos vehículos especiales, nanotecnología de vanguardia e incluso armas. Tampoco imaginaba, ¿cómo podía haberlo hecho?, que su labor estaría al margen de cualquier departamento policial o ley, tanto las jurídicas, civiles... como las propias leyes de la naturaleza. Su trabajo consistía en mantener las propiedades conocidas del líquido elemento.... "que el agua siga siendo agua", le había dicho Ismael; lo cierto es que era una buena descripción de su labor. Para conseguir su cometido podía modificar las fuerzas gravitacionales, las leyes de la termodinámica y las ecuaciones de la corriente eléctrica. Se asustó mucho la primera vez que modificó el curso de un arrollo para evitar un desastre... pero acabó acostumbrándose a esas experiencias hasta el punto en que no dudó cuando tuvo que "reordenar" el agua de aquel mar tras el paso de aquel grupo de excursionistas por el desierto.
 
Lo que más le costaba era acostumbrarse a moverse por el tiempo. Las tres primeras dimensiones las tenía controladas, pero moverse por esa cuarta dimensión del tiempo era diferente. Le causaba náuseas el viaje, el aterrizaje de dejaba con esa presión en la cabeza tan molesta y lo peor era esa extraña sensación de estar constantemente caminando sobre un suelo de cristal que crujía bajo sus pasos. Al principio tenía esa sensación sólo en viajes largos, pero poco a poco fue invadiendo todas y cada una de las fechas hasta convertirse en una incómoda constante en su vida. Se sentía ya extranjero en cualquier época, le costaba reconocerse contemporáneo de ninguna otra persona, apenas recordaba la inocencia que provoca la feliz ignorancia de los "temporáneos" (es como llamaban en la oficina a las personas que sólo pueden moverse por el tiempo en una dirección). Ni siquiera todo el mundo que trabaja en la oficina tiene ese permiso, que más que privilegio se acaba convirtiendo en pesada losa para los que lo comparten.
 
Aquel ritmo de vida terminaba por pasar factura a cualquiera. Por ello decidió hacer una pausa y reflexionar detenidamente sobre su situación en aquel momento, sobre cómo había llegado hasta allí y lo más complicado de todo, sobre lo que quería hacer en el futuro. Aquella noche en su cabaña en la Luna fue dura. Necesitaba estar solo y sabía que era el único refugio en el satélite, él mismo lo había construido y mantenido oculto al resto del mundo. No durmió nada aquella noche pero no le importó, al fin y al cabo llevaba sin dormir como es debido más de dos años. Había tomado una decisión y estaba dispuesto a afrontar las consecuencias de la misma. Sí, llegaría hasta el final con su decisión aunque ello le costase borrar los tres últimos años de su vida y cambiar por completo el rumbo de la humanidad.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Otra vez borracho el poeta

- Es como si te tuviese delante y no supiera qué decirte. Como si el mero hecho de poder mirarte a los ojos fuese el triunfo más grande de la historia...
- Disculpe señor, ¿se encuentra bien? ¿Necesita algo?
- Tantas cosas que contarte, tanto papel y tanta tinta. Tantas ganas de besarte, tantas de abrazarte, acariciarte. Tantas noches para añorarte, tantas historias que regalarte. Tantos cafés desperdiciados, tantos paseos que compartir. Tanto deseo de tu piel sentir, tanto imaginar tus labios...
- Creo ha bebido suficiente por esta noche, amigo.
- Tanta tinta, tantísima tinta fuera de lugar. Tanto amor que darte... y tan pocas miradas entre tú y yo.
- Como siga por ese camino voy a terminar besándole, ¿sabe? Uno no está hecho de piedra...

miércoles, 3 de mayo de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 5

La decisión del corazón

[Una solitaria cabaña de madera en algún lugar de la Luna]
Un vaso de agua. Un vaso de agua sobre la mesa. Un solitario vaso de agua sobre la mesa. Una mirada náufraga en el solitario vaso de agua sobre la mesa.
 
El universo se expande, pero todo su ser se ahogaba en esos 250 mililitros de agua. Intentaba boquear para llenar sus pulmones con algo de oxígeno, su voz ahogada esputaba súplicas de auxilio que nadie escuchaba, su alma se aferraba a las verticales paredes de cristal. El pasado, aterrorizado, intentaba salirle por la garganta, trepando desde el estómago, arañando sus tripas, asfixiando su interior. El pasado no atiende a razones, no necesita razonar como el presente ni convencer a nadie como el futuro, él es más soberbio y jamás ha necesitado dar explicaciones... pero en ese momento se ahogaba en ese vaso de agua. Pasado y futuro luchaban por la superficie, codazos, agarrones, arañazos, todo vale cuando se trata de sobrevivir.
 
De pronto su mano golpeó el vaso haciéndolo volcar, derramando todo su interior sobre la mesa. Tantas disputas, incertidumbres y esfuerzos reducidos a un insignificante charco silenciado. Todo el debate que se libraba en su interior interrumpido por el tedio. No hay nada más impactante, demoledor, terrible y seco que un abandono antes del intento. El grito ahogado de la impotencia, la explosión agotada del vacío, la soledad inmensa del fracaso. La más agresiva de las censuras es la autoimpuesta y sin embargo, no es tan malo el abandono como la dulce hiel que mana de la soledad. Signifique esto lo que sea que quiere significar.
 
Había hecho algunas cosas, algunas cosas son las que había hecho. Eso lo tenía presente y no pretendía menospreciar su propia experiencia. Sin embargo esas cosas que había hecho no le servían de mucha ayuda en ese preciso instante. A decir verdad, nadie salvo él mismo podía ayudarle a salir de aquella situación. Antes había hecho algunas cosas, sí, algunas cosas son las que había hecho con anterioridad. Tantas vivencias y tan pocos recuerdos. Trató de hablar con su pasado, le confesó que recordaba, y reconocía, que había hecho algunas cosas, que algunas cosas son las que había hecho. Pero no había nada más allá del pasado, una laguna eterna de calma y vacío. Todo lo contrario que en el futuro, donde se alzaban cordilleras de enormes montañas que le impedían ver más allá de sus pies. Estaba solo con su presente, había hecho algunas cosas, algunas cosas son las que había hecho; esperaba recordar en el futuro haber hecho algunas cosas y algunas cosas que hubiese hecho, pero para ello debía de salir del atolladero en el que estaba perdido, dentro del presente.
 
Tomó una decisión. Determinó ejecutarla sin condiciones. Quizás la decisión más importante de su vida, aunque eso no podía comprobarlo en aquel momento. Desde luego, iba a tener vertiginosas implicaciones en el transcurso de su vida. Pero estaba preparado para lo que estaba a punto de suceder, o eso creía él... hasta que se encontró cara a cara con ella.

miércoles, 26 de abril de 2017

Difícil y divertido

Lo divertido es mirarte, y que me mires.
Que nuestras almas cuchicheen cosas a escondidas
mientras nosotros,
absortos en la insulsa verborrea de nuestras lenguas,
ignoramos sus planes.
Lo difícil es no pensarte.
Lo divertido es perderme entre tus faldas,
escucharte reír a carcajadas, ignorar los ataques
del tiempo hasta convencerlo de que pase la
noche de fiesta con nosotros.
Lo difícil es no tenerte,
no poder tocarte, olerte, escucharte, besarte.
Lo divertido es descubrirnos poco a poco.
Disfrutar de esa sensación de que todo
lo que forma parte de ti me encanta
y que nada me resulte del todo desconocido...
pero aun así me sorprendas.
Lo difícil es no estremecerse cuando percibo tu perfume.
Lo difícil es no verte, no imaginarte en cada cara,
sentirte a mi lado cuando viajo en metro.
Lo realmente difícil es no sonreír cuando
de forma súbita apareces en mis pensamientos.
Lo divertido es quererte, enamorarme de ti cada día.
Lo divertido es que veas la cara de tonto que pongo
cuando nado en las gélidas aguas del placentero lago
de sueños que me muestran tus pupilas.
Lo difícil es saberte lejos, muy lejos.
Incluso cuando tengo la suerte de tenerte a mi lado.
Lo difícil es tomar un café cada día, sin ti.
Lo difícil es... amarte y preguntarme si te quiero.
Lo difícil es tener que imaginar tus sonrisas. 
Lo divertido es no sacarte de mi cabeza.
Lo difícil es no quererte, nadie me enseño jamás a no hacerlo
No tengo ni un sólo motivo para no quererte.
Y lo que es peor, no sé como no decirte que te quiero
cuando ese sentimiento trepa por las paredes de mi corazón,
se aferra fuertemente a mi tráquea
y consigue asomarse a mi garganta.
De verdad que no sé cómo acallarlo.
Lo difícil, querida Lucía, es convencer a mis manos
para que no tiemblen cada vez que escucho tu nombre.
Lo imposible es olvidarte.

Lo difícil es tener esta misma conversación conmigo mismo...
cada día.

miércoles, 19 de abril de 2017

Por (des)amor al arte

- Amaba su obra, odiaba a la persona que había detrás. Me entusiasmaba su pintura, detestaba su conversación y su forma de ser. Tan anodino y vulgar, tan poco bohemio. Odiaba que su realidad no estuviese a la altura de mis expectativas. Tantas nueces y tan poca música... Tenía un silencio tan falto de carisma que le olvidé nada más conocerle. Era incapaz de encadenar más de dos frases cortas para interactuar con otro ser humano. Me recordaba tanto a mí que me prometí ignorarle durante el resto de mi vida, cada mes, cada día, cada instante... Lo que me llevó, irremediablemente, a amar cada uno de los detalles de sus creaciones
Podía coger cualquiera de sus cuadros y destrozarlo hasta la saciedad. Examinar cien, mil nimiedades que llamasen mi atención, bucear en lo que yo creía que era la idea subyacente de la obra, pasar días enteros ensimismada... y determinar, al fin, que no había entendido nada. Tal era mi admiración que no era capaz de percibir lo más evidente: su total y absoluto desprecio por el mundo. Los grandes artistas han de ignorar el fatuo destino de sus semejantes para elevarse sobre ellos y labrar una marca eterna e indeleble en el universo mundano.
Un proverbio chino reza: "Las raíces bajo la tierra no piden recompensa por hacer que las ramas den frutos". De igual forma, una manzana jamás se acordará de la semilla que le hizo nacer. Por contra, intentará conservar, proteger y sembrar sus propias semillas, tratando de perpetuar su especie. Todo lo contrario sucede con el agua. El agua es un espíritu libre... sujeto a las más estrictas normas de la naturaleza. El agua es capaz de lo mejor y lo peor, capaz de mantener con vida a un planeta entero y capaz de destruirlo con atrocidad. Y sin embargo, no es capaz de escapar de este vaso de cartón que descansa, inocente, sobre la mesa. "Pon agua en una botella y será la botella", ¿donde está toda esa personalidad arrolladora que tiene el agua en un torrente? No se me ocurre un fin más humillante y denigrante que el acabar siendo un endeble vaso de cartón. Un vaso que ni siquiera está diseñado para contener agua pura, sino una bebida con aroma de café. Un vaso con colores llamativos y mensajes positivos impregnados en sus paredes, cuya finalidad es resultar atractivo a la vista e incitar a unas personas a ofrecer su dinero a otras personas a cambio de sentirse bien con dicho vaso entre sus manos... o sobre la mesa. Lo cierto es que estos vasos no tienen la culpa, ellos simplemente aguardan apilados en estrechos conductos, dentro de una máquina, a ser vendidos por 35 céntimos. Aplastados, mordisqueados, desgarrados... su destrucción no suele ser indolora ni sutil. Al menos tienen el mismo consuelo que Hinduístas y Budistas, su ser material mutará de cuerpo mientras su esencia se mantiene inmortal: el vaso de cartón. 
No recuerdo de qué estaba hablado, se me hace tarde y tengo que abandonar esta reunión. Adiós.

Aplasta entre sus dedos el vaso de cartón que tenía en su mano y sale por la puerta, dejando sobre la mesa el vaso hecho un amasijo de ira y sentimientos reprimidos. El dibujo del vaso y la firma del artista han quedado destrozados. Las diez personas que escuchaban su discurso, con un café en sus respectivas manos, boquiabiertos. Nadie se atreve a romper el silencio. Por fín, una chica dice:
- ¿Quién era esa? 
- Ni idea -responde su compañero-, pero habrá que volver al trabajo

miércoles, 12 de abril de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 4

Entrevista de trabajo

[Dos días más tarde]
Se despertó con el alba, igual que todos los días. Había descansado de maravilla y se levantó con una sonrisa en la cara. Desayunó la reminiscencia de un buen sueño que todavía recordaba, era lo único que le quedaba. Salió a la calle y disfrutó del paseo. Le encantaba ver el desperezar del Sol cada mañana, todavía no tenía energía como para calentar las calles y es probable que no la consiguiese en todo el día, pero el hecho de poder saludarle y verle despertar era toda una victoria tras la terrible tormenta del día anterior.

Paseó entre las lonjas del puerto en su rutina diaria en busca de trabajo. Hoy no le importaba si no encontraba nada bueno, pero sí necesitaba algo para almorzar. En el puerto no consiguió nada, se encaminó hacia el barrio obrero. Luego hizo algunas cosas, algunas cosas son las que hizo.

Por fin llegó el momento. Entró en el viejo edificio de fachada sucia. Siguió al hombre que lo recibió hasta un enjuto despacho lleno de archivadores. Un hombre con la camisa remangada y un cigarro bajo su bigote no esperó a que entrase en el despacho para reprocharle:

- Ese no es un motivo para rechazar este trabajo. ¡Demonios! No es motivo para rechazar ningún trabajo
- ¿Cómo dice? Disculpe, yo venía por la entrevista de trabajo, no pretendo rechazar...
- Ah, todavía eres tú. Demonios, sí... esto... No sabes de qué va esto, ¿verdad?
- No señor, pero estoy dispuesto a trabajar duro. Tengo mucha ilusión y estoy...
- Sí, sí, sí. Genial, perfecto. Eres ideal para el trabajo. Estás contratado, o estabas... Bueno, tienes que hablar con Ismael, él te enseñará todo esto y te explicará lo que tienes que hacer.
- Muchísimas gracias señor, le aseguro que no se arrepentirá

Estaba algo desconcertado, ni siquiera le habían preguntado nada y el puesto ya era suyo. Pero estaba tan agradecido y emocionado por su nuevo trabajo que apenas se mantenía en pié. Sintió que la cabeza le daba mil vueltas, estuvo a punto de caer al suelo mareado. Pero no era momento de dejarse llevar por las emociones, tenía que demostrar su valía.

- Hola, soy nuevo aquí --se presentó.-- Acabo de hablar con el señor... lo cierto es que no me ha dicho su nombre. Pero me ha indicado que usted puede ponerme al día.
- Llamadme Ismael --hizo una reverencia casi teatral.-- Bienvenido, aquí necesitamos a más gente como tú, ¿sabes? No, todavía no lo sabes, claro que no... pero lo sabrás.

Ismael ahogó una carcajada en una media sonrisa. Dió media vuelta y comenzó a andar sin dejar de hablar, invitando a seguirle. Al pasar por una mesa, cogió una carpeta repleta de papeles. Las hojas rebosaban por los laterales de la carpeta, que apenas mantenía dentro toda esa documentación. Daba la impresión de que la mitad de las hojas saldrían volando al soltar los amarres que la mantenían cerrada. Sin embargo, Ismael la abrió con un movimiento sutil y calculado, eligió la primera hoja y la consultó:

- Veamos, ¿qué te toca a tí?... Esos zapatos son un 44, ¿cierto?
- ¿Disculpe?
- Sí, son un 44. Correcto, muy bien... Ajá, aquí estás. Tú eres el encargado del agua. No es un mal propósito para ser nuevo
- ¿Del agua? Muy bien, he trabajado como fontanero durante unos meses...

Ismael rió a carcajadas:

- Bien, no creo que esa experiencia te sirva demasiado. Sin embargo es un buen punto de partida. Te encargarás de que el agua siga siendo agua. Ya sabes, de que que respete lo que esos pobres desgraciados llaman las "leyes de la naturaleza", de que se comporte de forma predecible y de acuerdo a sus "teorías físicas" y todo esas cosas... Que el agua siga siendo agua, como te he dicho. ¿Alguna duda?
- Sí... perdone pero... creo que no le entiendo. ¿Cuál es exáctamente mi cometido?
- Te lo he dicho, te encargas del agua
- Y, ¿con qué herramientas cuento?
- Puedes coger lo que precises y utilizar todo lo necesario. Confiaremos en tu criterio, eres tu propio jefe en cierto modo... En realidad nadie tiene tiempo de supervisar tu trabajo. Eso sí, como metas la pata tendrás que responder ante el jefe de verdad. Tenemos libertad para realizar nuestro trabajo, pero son muy exigentes en cuanto a los resultados.

miércoles, 5 de abril de 2017

Boom!!

Enrique se encuentra algo taciturno. Lleva unos días distraído, preocupado, se despierta cada mañana amedrentado sin saber muy bien el motivo ni el origen de su congoja, algo le aflige desde la oscuridad de su psique, sin llegar a atormentar su alma, pero ese algo no muestra su naturaleza ni se descubre. Lo tiene prácticamente todo... y sin embargo no es feliz.

No hay nada más notable que una ausencia, y ésta es más insulsa (pero no menos intensa) cuando tiene carácter anónimo.

Enrique se ha levantado, como cada mañana, y se ha arrastrado por el pasillo hasta la cocina. Todavía en pijama y visiblemente despeinado está sentado a la mesa, enfrentado a su desayuno. Su rival: un café sólo, una rebanada de pan recién tostada y dos piezas de fruta, que hoy son kiwis. La tablet en el otro extremo de la mesa aguarda con cientos de mensajes sin leer y las noticias del día debidamente resumidas. Hoy no está de humor para leerlas, no antes del desayuno.

Sumido en los objetos que descansan sobre esa preciosa mesa de madera, ignora el gran ventanal que tiene a su derecha. Esta omisión resulta casi insultante para cualquiera que disfrute por primera vez de las impresionantes vistas: una impecable playa de Miami de arena blanca y agua cristalina. Sin embargo él está inapetente, su vista tiene contacto con lo que iba  a ser su desayuno, pero su gusto está lejos de disfrutar de él, el olor del café condenado al mismo ostracismo que las vistas del ventanal. Es consciente de todo lo que trata de ignorar, y se culpa por no ser capaz de disfrutar de todos esos privilegios que la vida le ofrece. Sabe que no es algo habitual y está muy agradecido de su suerte (que por otro lado, siempre ha acompañado de horas y horas de trabajo duro), pero no tiene fuerzas para disfrutar de ella.

Alambican en su cabeza pensamientos interrumpidos. Viaja del significado platónico de su alma al pragmatismo en el que se ha visto inmerso en los últimos meses. Considera la antropología desde distintos ángulos, juguetea con la corriente espiritual de la psique humana, establece un soliloquio sobre la simbiosis entre arte y ciencia... Reminiscencias de un ensayo sobre espiritualidad turban su mente, sus experiencias siempre han tenido halo religioso que no ha sabido explicar, puede que sea una herencia incomprendida. No mantiene un rumbo concreto, busca algo que no conoce en un entorno que no entiende. Está perdido.

De pronto algo parece hacerle despertar de su ensimismamiento. Un anzuelo invisible ha capturado toda su atención y le ha arrastrado a este mundo. Todavía conmocionado por la brusca sacudida y con la mirada distraída, como su tuviese que acostumbrar sus ojos a esta realidad, lanza una petición al aire (sabe que nadie la atenderá, pues está solo en la habitación): Súbeme la radio, que esta es mi canción.


miércoles, 29 de marzo de 2017

Lucía

Tenía unas de esas manos difíciles de olvidar. Llenas de arrugas en su parte exterior. Hinchadas, con dedos gruesos y uñas cortadas al ras que apenas cubrían las puntas de los dedos. Una cicatriz serpenteaba entre las falanges del anular izquierdo, el índice no siniestro andaba siniestrado, pues su yema había sido aplastada en el pasado y lucía un pequeño muñón como terminación. Las muñecas, del grosor de la mano, se camuflaban y conferían a los movimientos de aquel individuo de un particular ritmo, un deje característico que llamaba la atención de cualquiera que se fijase lo más mínimo. Aquel hombre sabía utilizar sus manos, lo había hecho durante muchos años. Su piel era oscura, del color del cuero secado al sol y curtido con dureza por un duro patrón hecho de tiempo. Nada de seda ni noches entre algodón. Aquellas manos habían nadado muchas veces en las aguas heladas de un río que se despereza con el alba, habían mecido entre ellas al fuego que lucha con alma por sobrevivir a la fría y oscura noche.

Lo recuerdo bien, aunque no estoy segura de si es porque es uno  de esos momentos que una atesora durante años sin saber muy bien el motivo o porque sucedió en la mañana de ayer. A veces me pasan estas cosas, que me pregunto cuestiones banales sobre hechos fugaces. Puede que sea porque me encanta divagar buscando el sentido a cualquier razonamiento, puede que perderme entre mis pensamientos sea la forma que tengo de huir de mis demonios. Creo que ni yo misma lo sé, no sé porque lo hago, pero me encanta recrearme en las pequeñas cosas. Siempre he creído que la clave de la felicidad está en los detalles. "La densidad es la clave" es lo que siempre solía decir mi hermano... ¡Estúpido niñato y sus metáforas sobre la física! El caso es que esta mañana me he hecho con este viejo cuaderno y he decidido intentar escribir un diario. Lo primero que me ha venido a la cabeza han sido ese par de manos y me parece una entrada más que digna para luchar contra la página en blanco. Si mi profesora de lengua me viese estoy  segura de que se reiría, con la de veces que me recomendó apuntar las cosas y tratar de reflejar por escrito mis ideas... Supongo que tenía razón, que el orden que me falta en mi vida diaria se puede buscar en ejercicios sobre el papel.
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Es la primera hoja de un cuaderno que encontré encima del banco en el que me siento cada tarde. Confieso que sentí curiosidad y me lo leí del tirón, sin que mi atención pudiese escapar de entre sus hojas.

Tuve la sensación de conocer a Lucía, de acompañarla durante un periodo de su vida y compartir sus sorprendentes vivencias. Percibí su evolución: al principio probó diferentes estilos de escritura hasta estar cómoda en su propio diario, se auto corregía, dudaba, hacía comentarios sobre sus propias entradas y forma de expresarse... Pero poco a poco fue encontrando su estilo hasta encontrarse a salvo en su escritura. Al comienzo, describía las conversaciones como un narrador ajeno a la conversación y poco a poco fue involucrándose hasta narrarlas tal y como le fueron sucediendo, sin introducciones artificiales ni comentarios anexos. Era como si contase la historia en una novela.

En cuanto a la regularidad también percibí la evolución: al principio escribía de forma más espaciada en el tiempo, lo hacía de forma irregular. Pero después de unas semanas fue escribiendo más a menudo hasta hacerlo a diario e introduciendo más contenido en cada una de sus entradas. Como si poco a poco se fuese acostumbrando a utilizar su propio diario como terapia contra "sus demonios", como ella los llama, como si hubiese adquirido, apenas sin ser consciente de ello, la necesidad de comunicarse a través del diario.

miércoles, 22 de marzo de 2017

El taller de trabajo

¿Te acuerdas de nuestro refugio? Aquella casa perdida en un gran bosque en mitad de la montaña. Solíamos encontrarnos allí, pasábamos horas discutiendo sobre el mundo, tratando de arreglarlo; nos sentábamos al calor del fuego y dejábamos que nuestros ojos se contasen secretos mientras bebíamos café (nunca conseguí que te gustase, pero tus labios siempre me supieron a café). Disfrutábamos de la inmunidad que nos brindaba aquel precioso entorno, aislados de los mundanos problemas, sumergidos en divinos debates... Quizás ya no lo recuerdes, de aquello hace ya mucho tiempo. Quería decirte que he vuelto a nuestra cabaña.

Quizás por nostalgia, quizás por curiosidad (siempre que abro la puerta mantengo el aliento por si al entrar te encuentro en la mesa de la cocina), quizás porque en ese lugar me siento a salvo... Lo cierto es que no conozco el motivo pero me gusta esa cabaña. He estado en un par de ocasiones; he ido hasta allí, he pasado unas horas en la solitaria casa (estaba muy vacía sin ti) y me he ido. En la última visita hice algunas obras y quería informarte de los cambios. Quería hacer algo en la habitación del último piso, esa buhardilla que usábamos como trastero. Al principio pensé en una biblioteca, instalar un par de sillones, alguna lámpara de pie para iluminar, alguna mesilla y unas cuantas estanterías. Pero al pensar en los habitantes de esos estantes caí en la cuenta de una cosa. Revisé los libros de la casa: los de la estantería del salón y los que había repartidos por algunos rincones. Hojeé esos libros y me dí cuenta de que todos ellos estaban en blanco. Tenían tapas preciosas y todas sus páginas, pero estaban vacíos de contenido. Supongo que siempre que íbamos a la cabaña era para charlar, leernos el uno al otro y nunca nos interesó leer nada del exterior o caer en otros mundos. Entonces me percaté de que no tenía sentido contar con una biblioteca si no íbamos a leer, además ya teníamos espacios para la conversación.

Lo que pensé inmediatamente después, y se convirtió en mi elección final, fue en un taller de trabajo. De hecho ya lo tenemos montado. He instalado unas mesas grandes en las que trabajar, un panel con herramientas variadas en una de las paredes, una pizarra para el diseño de proyectos a modo de ideario, dos grandes estanterías llenas de materiales... y lo que más te va a gustar, en el rincón donde el tejado baja más, en esa esquina de menor altura he instalado unos contenedores para recoger los retazos, retales, restos y recortes de trabajos anteriores y futuros. Porque todo se puede reciclar y reinventar si tienes imaginación suficiente. Y de eso a ti te sobra, tienes esa capacidad de descomponer un proyecto y conseguir que la suma de sus partes sea mucho mayor que el todo. Por eso creo que un lugar de almacenamiento para todos objetos repletos de potencial te vendrá muy bien cuando te apetezca trabajar en la creación de alguno de tus inventos. Además, he ampliado el tragaluz del tejado y los ventanales, también he añadido un acceso al balcón. Los grandes ventanales nos proporcionan una entrada de luz natural suficiente como para no necesitar luz artificial durante el día. El tragaluz ofrece unas vistas nocturnas preciosas, pueden verse las infinitas estrellas de ese cielo tan hipnótico.

Te imagino trabajando en tu nuevo taller y no puedo dibujar en tu cara otra cosa que no sea una enorme sonrisa. Imagino la habitación repleta de proyectos terminados, otros en proceso de creación y otras muchas futuras ideas todavía sin tocar. Los ventanales abiertos de par en par, el cálido aire de la tarde veraniega secando algunos lienzos que descansan sobre la pared, el sonido de los primeros grillos acompañando a tus canturreos mientras manipulas un trozo de cuero, tus preciosos ojos bailando en una oscuridad cada vez más evidente. Una oscuridad que ignoras por completo, absorta en tu trabajo. Imagino esa estampa, que disfruto desde el último escalón de la escalera. Te subo algo de cena y un té frío para que descanses un poco. Me apetece escucharte contar el último proyecto en el que andas trabajando y enamorarme de esa luz que desprenden tus pupilas cuando te dejas llevar por la pasión.

Cuando me fui la última vez dejé la puerta abierta, como siempre. No sé si volverás a la casa ni si llegarás a ver el nuevo taller de trabajo. Ni siquiera sé si yo mismo volveré, pero lo dejaré todo tal y como está porque me ha encantado construir ese taller y he disfrutado mucho imaginándote trabajar en él.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Mirada al cielo

Esta mañana me he encontrado con una situación sorprendente de camino al trabajo. En una de las rotondas con más afluencia de mi ciudad había un coche detenido, la puerta del conductor abierta y una hilera de coches atascados a causa del bloqueo en la carretera.

No se trataba de un accidente, el conductor de este coche había abandonado el coche y estaba en mitad del carril, con las manos en la cabeza y mirando hacia el cielo. No parecía tener ninguna lesión física, reía a carcajadas y parecía llorar de alegría al mismo tiempo. Gesticulaba con aspavientos, señalaba hacia el cielo y saltaba de un lado a otro. Los conductores golpeaban sus volantes, hacían sonar sus bocinas y gritaban e increpaban a este personaje. Él, con los ojos empapados y descaradamente despeinado, ha dado media vuelta y ha gritado "¿Es que no la veis? ¡Mirad que enorme y preciosa está La Luna!". Parecía un niño que ve por primera vez el mar o una anciana que descubre el tacto de la nieve en su piel. Estaba tan emocionado que daba la impresión de ser un excéntrico desubicado. Sin embargo, la pasión con la que estaba viviendo ese instante, la intensidad con la que describía el momento, la admiración con la que miraba a Luna...

He mirado al cielo, hacia donde sus gestos apuntaban, y he descubierto que tenía razón. Esta mañana, Luna tenía un tamaño descomunal. Su belleza multiplicada a razón de su tamaño. Increíble. Inefable. Precioso.

He estado a punto de salir del coche y acompañar a ese buen hombre, ¿acaso no veían esa Luna? ¿Cómo podía toda esa gente ignorar tanta belleza? A veces tenemos demasiada prisa para pararnos a disfrutar de las cosas pequeñas, a veces ignoramos los detalles y perdemos oportunidades de oro para admirar la vida... incluso cuando el regalo que nos hacen tiene treinta y ocho millones de kilómetros cuadrados y pesa más de setenta mil trillones de kilos.

miércoles, 8 de marzo de 2017

El discurso

No sé dónde estoy, qué es lo que tengo que hacer ni lo que se espera que diga... ni siquiera sé quién soy. Sin embargo, una sala repleta de periodistas armados con sus cámaras y micrófonos aguardan impacientes mi comparecencia. El mundo entero espera que le ofrezca unas respuestas que no tengo, la gente confiará en mis palabras... y no sé qué voy a decirles.

Todo empezó hace veintiocho años, cuando yo tenía siete. Recuerdo estar jugando con mi hermana pequeña en una vasta extensión de hierba verde. Recuerdo cómo se nos acercó aquel extraño hombre. Mi hermana se asustó y salió corriendo hacia la vieja casa. Aquel hombre tenía una expresión distante pero por algún motivo no me daba miedo. No, no era miedo lo que sentía sino compasión. Sus ojos supuraban dolor, sus manos temblorosas revelaban una debilidad que trataba de encubrir con su discurso. Yo era un niño, pero lo recuerdo como si fuese ayer. Mi mente parece compartir ese recuerdo con la experiencia de mi psique adulta. No sabría explicarlo pero es como si mi mente permaneciese inalterable mientras mi cuerpo ha ido cambiando con el tiempo y madurando, como si mi cerebro percibiese el pasado, presente y futuro al mismo tiempo pero mi cuerpo estuviese anclado a una realidad organoléptica.

Apenas tengo recuerdos, de hecho ese es el último recuerdo que conservo. Después de aquella conversación no hay nada hasta la semana pasada, cuando "desperté" de pronto en una gran sala llena de personas trajeadas, reunidas ante una enorme mesa alargada. Sin embargo, no soy capaz de distinguir un antes y un después en la consecución de mis ideas, todo lo que sé... simplemente lo conozco. No he aprendido nada, jamás he aprendido nada nuevo, todo ha estado ahí de forma inmutable. No hablo de una percepción platónica del conocimiento, ninguna de mis ideas estaba latente en un mundo paralelo hasta que la descubriese. Todo lo que ahora conozco, lo conocía la última vez que recuerdo mi existencia y también la primera.

Tengo toda esa metainformación sobre mi cerebro y mis recuerdos... pero no tengo ni un solo recuerdo válido. Todos los recuerdos están dañados, no soy capaz de entenderlos. Están ahí pero tan solo son ruido. Hay millones de personas que, pegados al televisor desde sus casas, esperan escuchar mi mensaje. Todas esas personas tienen miedo, están asustadas y temen por sus vidas. Puedo darles un mensaje esperanzador o prepararles para lo peor, lo cierto es que poco importa. Tengo la información de la situación en alguna parte de mi cerebro, pero soy incapaz de acceder a ella. Tengo un presentimiento de que debería prepararles para su... ¿extinción? Ya no sé cómo se sienten los recuerdos, no puedo diferenciar lo que es real de lo que no lo es. No sé lo que voy a decirles a todas esas madres preocupadas, maridos, abuelas, hijos y presidentes de estado. Lo único que sé ahora mismo es... que me apetece un café bien caliente.

miércoles, 1 de marzo de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 3

Bajo la lluvia

Los dos hombres se apresuraron a recoger las herramientas del suelo y emprender a toda prisa el camino hacia la casa de Josehp y Agnes. Cruzaron el parque y se perdieron tras doblar la esquina con la calle de Saint Jude.

Desde el el otro extremo del parque, en la esquina de la avenida Trendshop con el callejón Rottenfish, una sombra inmóvil ha presenciado los acontecimientos en silencio. Lo ha visto todo, estaba demasiado lejos como para socorrer al viejo Joshep pero lo hubiese intentado de no haber aparecido Christian en la escena. Había trabajado con el viejo Joshep hacía unos meses, de hecho había aprendido mucho en esas semanas, pues el viejo lleva años en el oficio y conoce a la perfección todas las tuberías del pueblo. Sin embargo, su jefe y mentor se había desprendido de él a las tres semanas. Tan solo una bolsita con un puñado de monedas por sus servicios. Ninguna explicación. El viejo tenía un carácter sobrio, era serio y parco en palabras. Además, reaccionaba de forma temperamental cuando su aprendiz fallaba en algo que él consideraba elemental. Sin embargo le había explicado en detalle los problemas y su solución todas y cada una de las veces en las que habían salido a trabajar. Por todo ello nuestro hombre le profesaba respeto y admiración, no podía guardarle rencor ni culparle por el trato recibido (a pesar de que no volvió a dirigirle la palabra después de aquel día de pago). Al fin y al cabo todo el mundo le ignoraba, todos en el pueblo parecía desconocer su existencia. Al menos así fue hasta el día en que se convirtió en el personaje más popular de toda Inglaterra.

Le extrañó ver a Joshep dirigiéndose hacia su casa junto a Christian. Sabía que tio y sobrino habían discutido hacía año y medio por un asunto de trabajo y no los había vuelvo a ver juntos salvo cuando el jóven aprendiz acudía al taller de tu maestro y tío para pedirle disculpas. Por lo visto, el joven había pretendido modernizar el negocio y había gastado una cantidad desconocida de dinero en la compra de unas nuevas tuberías hechas de fibrocemento o algo por el estilo. Al parecer el viejo fontanero era demasiado orgulloso como para perdonar la traición del chico y éste se encontraba siempre con un portazo en las narices. Gracias a ese desafortunado hecho, había podido trabajar con Joshep.

En cualquier caso se alegraba de verlos juntos, quizás habían retomado su relación. Es importante mantener y cuidar las relaciones familiares. Él anhelaba tener a alguien con quien compartir las frías noches y los largos días en este mundo. Recordaba a diario a sus padres, Madre le había regalado amor y Padre le había inculcado honestidad. Se lo agradecía cada noche, estaba convencido de que allá donde estuviesen recibirían sus agradecimientos, aunque no estaba seguro de lo que sentirían por él, quizás estuviesen avergonzados de su hijo, alguien que no había conseguido el cariño de nadie en sus treinta y muchos años de vida. Había pasado tanto tiempo...

La vida no era nada fácil, no todos los días había algo que llevarse a la boca. Había trabajado en muchos sitios, claro que lo había intentado, pero no mantenía ninguno más de un mes seguido. Estuvo trabajando de deshollinador, fontanero, zapatero, limpiador de pescado, transportador... Luego había hecho algunas cosas más, algunas cosas son las que había hecho.

Era hora de volver a casa, estaba lloviendo con gran intensidad y seguir allí plantado solo le proporcionaría caer enfermo en cama durante una semana. Y no se lo podía permitir, no aquella semana. Emprendió un lento caminar hacia su casa con un pensamiento en su cabeza, se concentró tanto que casi pudo dibujar una media sonrisa en su cara. No llegó a hacerlo, pero fue el momento en que más cerca estuvo de sonreír en los últimos años. Y es que dos días más tarde, el martes de esa misma semana tenía una entrevista de trabajo que podría cambiarle la vida. Aquella noche durmió como no lo hacía desde que era niño.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Carta de despedida

Me queda poco tiempo. Ya escucho los helicópteros y hace un rato he visto a los perros viniendo a por mi desde el barranco. Apenas dispongo de unas líneas para hacerte llegar el importante mensaje que quiero transmitirte.


Vas a escuchar muchas cosas sobre mi. Ninguna será cierta. Maquillarán la realidad porque el mundo no está preparado para escuchar la versión de los hechos, el mundo necesita la versión edulcorada... La realidad es que he hecho cosas que no entenderías ahora mismo. Imagino que ya sabes a lo que te expones cuando entras en este juego, jamás te vuelves a sentir integrado en ningún grupo social. Los observas como ratas de laboratorio, como niños que juegan con sus vidas de forma inocente mientras el mundo gira. No sé si seguirás los mismos pasos que yo, espero que no sea así... pero es probable que acabes leyendo esto, y si eso pasa será demasiado tarde.

Escúchame, hija mía, ya escucho los ladridos, el helicóptero ha aterrizado y en unos segundos echarán abajo esta puerta y todo terminará para siempre. Necesito que sepas una cosa. Intenta... TIENES que ignorar los hechos que has presenciado, necesito que dejes a un lado todas las pruebas que te van a presentar contra mi persona. Algunas de ellas serán ciertas, pero eso no importa. Sé que lo que te pido es muy complicado y que sólo te traerá problemas, pero si has llegado hasta aquí es porque estás dispuesta a descubrir por ti misma toda la verdad. Y ya no hay vuelta atrás.

Tienes que ver lo que nadie más ve, tienes que escuchar a tu interior y sólo a tu interior. Sólo tu corazón te marcará el sendero correcto y seguirlo será la única forma de encontrar la verdad. No tengo tiempo, pero todo lo que necesitas está dentro de tí, ten el valor de hacerle caso, por favor.

[Se escuchan fuertes golpes en la puerta, que tiembla en espasmos y termina por ceder. Un grupo armado se prepara para asaltar la cabaña en el exterior. El hombre, sentado a la mesa y todavía con el bolígrafo en la mano, sonríe.]

- Hola Lucía, hija mia...

La mujer dispara y abate al hombre, que se desploma cayendo desde la silla. Cuando su cabeza perforada golpea la madera del suelo ya carece de vida.

miércoles, 15 de febrero de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 2

Un accidente afortunado

[5 años antes]. La agresiva lluvia apuñalaba a charcos viejos y profundos. El viento agitaba los abrigos de los pocos náufragos que deambulaban por aquellas aceras otoñales de un poco apacible Londres vespertino. El apretado caminar de un pobre diablo que se había visto obligado a salir a la calle no se preocupaba de sortear los charcos, pues estos lo inundaban todo y resultaba imposible atisbar el final de aquel mar. La cortina de agua era tan densa que apensas era posible intuir los edificios del otro lado de la calle. Deseoso de llegar a casa y cobijarse junto al calor del hogar, anticipaba los reproches que le haría su mujer. Era una mujer temerosa, como buena cristiana era el miedo el que le movía a actuar y pensar en la forma en que siempre lo hacía. Eso no era malo necesariamente, amaba a su mujer y admiraba su comportamiento. Sin embargo, esa actitud había ocasionado más de una discusión en el hogar. Ella siempre confiaba demasiado en la bondad de las personas y eso era peligroso.

Había salido de casa por una petición urgente de trabajo, una tubería que había reventado anegaba el sótano de los Waves y amenazaba con hacer salir aprisa a todos los vecinos del edificio en mitad de aquella noche. Su mujer se había quejado, pidiendo que fuese otro fontanero en aquella ocasión, que era demasiado peligroso salir de casa y atravesar el viejo callejón que siempre solía inundarse. ¿Y si quedaba incomunicada y sola en casa? ¿Quién sabe los peligros a los que podían quedar expuestos? Ella encerrada en casa y él perdido en la calle. Había tranquilizado a su mujer, prometiéndole que volvería pronto. La faena se había alargado más de lo que le hubiese gustado y sabía que tendría que aguantar los lamentos de su preocupada esposa Agnes.

Caminaba todo lo rápido que podía mientras cargaba con el material de trabajo, se encontraba ya cerca de su casa. Restaba tan solo cruzar la avenida Trendshop, donde todas las principales tiendas del barrio dormitaban en silencio a causa del temporal, cruzar el parque de Wildbird y torcer la esquina hasta el callejón Oldaly, donde le esperaba su mujer. Decidido a cruzar la avenida, dio a parar su pie en un socabón en mitad de la vía. Metió la pierna hasta la espinilla, empapando aún más sus pantalones y quedando sus calcetines repletos de agua. Maldijo los astros, pues el tropezón le hizo perder el equilibrio, dejando caer algunas de las herramientas. Andaba recogiendo estas cuando uno de esos modernos automóviles apareció de la nada y estuvo a punto de arrollarlo. Si no fuese por un convecino que se lanzó hacia él, lo agarró por el abrigo y lo retiró de la trayectoria del asesino de hierro. Otra alma perdida que andaba bajo la tempestuosa noche y que, lejos de caminar ciego encerrado en sus propios pensamientos, había reparado en el inminente peligo y no había dudado en poner en peligro su propia integridad para salvaguardar la de Joshep. Aunque conmocionado, una cosa tenía clara, aquel hombre le había salvado de un fatal destino y se lo tenía que agradecer. Así se lo hizo saber y acompañó sus palabras de una invitación a cenar a la que no podía negarse. Insistió tanto que el buen samaritano no pudo hacer sino acceder. Tamaña sería la sorpresa de Joshep, y la de su mujer todavía mayor, cuando ambos descubrieran a quién iban a tener como invitado aquella crucial noche.

miércoles, 8 de febrero de 2017

No me gusta Noche

Me he dado cuenta de que no me gusta nada Noche. Me da miedo. Nada de lo que existe en ella me parece lo suficientemente interesante como para vivirla. Prefiero pasarla durmiendo, de hecho me aterra la idea de vivir junto a ella en vela.

Tiene a Luna, que es preciosa, pero la encuentro vacía. Igual que una de esas personas con un cuerpo deslumbrante a las que te lanzas a intentar conocer pero que a los dos minutos de conversación descubres que no tienes nada en común, nada interesante de lo que hablar, ni tu le puedes aportar nada ni vas a ser capaz de aprender nada de ella. Lo mejor en esos casos es despedirse, desearle lo mejor y que cada uno retome su camino de forma independiente.

Durante años me he engañado a mi mismo diciéndome que Noche era el mejor lugar para encontrar a Inspiración, cuando la realidad es que jamás la he encontrado ni mucho menos hablado con ella. Creía que el silencio de Sol me dejaría escuchar mejor a mis propias ideas, pero sólo invertía ese espacio para bailar con Sombra en sus compases más oscuros. Maldecía a los colores de Día por no llegarle ni a la suela de los zapatos a la gama cromática de Atardecer... mientras me deslumbraba el repicar de Hielos en mi vaso. Encumbraba el precioso dormitar que tiene Ciudad cuando nadie pisa sus calles, fabricando un complejo laberinto desde mi sofá para no encontrarme con Cama.

Lo cierto es que no me gusta nada Noche, y si alguna vez disfruté de ella fue únicamente porque caminaba junto a ti.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Mensaje

Una cosa voy a decirte. apaga la música para escucharme. No podrás prestarme atención si no me escuchas. Creo que el mensaje a transmitir es interesante y te será útil en el futuro. Es posible que en un principio lo encuentres banal o no termines de entenderlo. Sin embargo te aseguro que se trata de algo totalmente coherente y lógico. Lo quiero explicitar porque en ocasiones es conveniente recordar un antiguo pensamiento o simplemente dejar constancia de una idea que rondaba por la cabeza pero nadie había expuesto de forma directa. Siempre intento ser claro y conciso en mis mensajes, confío en que no encuentres malestar en mis palabras, pues pretendo que te sirvan de ayuda y no resulten una molestia. Como he dicho, resulta imprescindible que prestes atención y tengas el canal auditivo despejado si queremos gozar de una comunicación óptima y fluida. No quisiera que la información cayese en el olvido o fuese considerado un asunto nimio.

El mensaje es breve pero contiene todos los elementos necesarios para su comprensión y asimilación. El receptor, que en este caso eres tú, no precisa de información adicional para recibir de manera completa la información que deseo transmitir con él. Y sin embargo temo que pueda perderse la esencia del mismo, que es tan simple y completa como su propia naturaleza. No quiero extenderme demasiado en este punto pues el tiempo es un bien valioso y, tratando el propio mensaje de optimizar el uso de este preciado bien, pecaría de paradójica mi aportación, siendo esto lo último que pretendo.
Antes de terminar mi aportación, quiero agradecerte la atención que has prestado a mis explicaciones. Estoy seguro de que recibirás con el mismo mimo el mensaje que ha originado esta comunicación entre ambos y que debe ocupar un papel protagonista en la misma.

Muchas gracias.


PD: disculpa, he olvidado uno de los dos puntos al principio del texto. Era "Una cosa voy a decirte: apaga la música para escucharme".

miércoles, 25 de enero de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 1

Cena en compañia

El problema no era el ser la única persona sin trabajo del pueblo, el problema estaba en que nadie quería darle un salario a cambio de su jornada. Él se afanaba en sus labores, trataba de acometer sus tareas de forma meticulosa, con el amor que le había regalado su madre y haciendo gala de la honestidad que le había inculcado su padre. Estábamos a finales de siglo, mil ochocientos noventa y... algo, apenas recordaba el año, ¿acaso era algo relevante? Este año sería igual que el anterior, y el siguiente sería lo mismo que este. Quedaban ya lejanos los años de infancia junto a sus padres, habían sido buenas personas, le habían querido y tratado bien. Pero hoy nadie en el pueblo le quería ni le daba trabajo. No se metía en problemas, no era un hombre polémico, pero por alguna razón no generaba simpatía entre sus convecinos.

Si acaso generaba algo de lástima en el corazón de la señora Agnes, la anciana del callejón Oldaly, en el barrio de Saint John, junto a la pescadería de Simone. Agnes le había dado un plato caliente y un asiento en su mesa durante el día de Navidad en los últimos años. "Pobre alma perdida, nadie debería comer sólo el día de Navidad. No es forma de celebrar el nacimiento de Jesús". La anciana enviudó hace 4 años y no tenía hijos. Se sentía muy sola y sentía la obligación moral de convidar a ese pobre hombre al menos una vez al año. Pero lo cierto es que no se sentía cómoda una vez él se sentaba a la mesa. Y hasta que no dejaba la casa, apenas unos instantes tras tomar un chupito de anís al término de la comida, no volvía a respirar tranquila.

Él se comportó de forma muy educada y agradecida durante toda la comida. Trataba de disimular, sin demasiado éxito, la hambruna que sufría y la ansiedad que le provocaba el ver el plato lleno, sabiendo que después había otro esperándole. Era más de lo que su estómago había recibido durante la última semana entera. Bendijo la mesa junto a Agnes antes de empezar a comer. Comía despacio, todo lo despacio que era capaz. Sirvió una copa de vino caliente a Agnes antes de llenar su propia copa, agradeció la comida que se le ofrecía. Alternaba agradecimientos con elogios cada diez minutos...

A pesar de todo esto, Agnes se apresuró a cerrar la puerta con llave en cuando él cruzó el umbral de la puerta. No por temor, no le tenía miedo, pero esa sensación... ese sentimiento de malestar se apoderaba de ella. Una mezcla entre arrepentimiento y repulsión. Pobre, él no hacía nada mal aparentemente, pero no lo podía evitar. Al fin y al cabo, si todo el pueblo opinaba lo mismo por algo sería.

Aquel día, al igual que cada 25 de diciembre, habían disfrutado de una deliciosa comida preparada por la anciana. Él ya había abandonado la casa y paseaba por el parque cubierto de nieve. Estaba siendo un año especialmente duro, con temperaturas muy bajas y la visita de la nieve un día sí y al otro también. Con el estómago lleno se ve el mundo de otra forma, le entran a uno ganas hasta de soñar. Unos gorriones buscaban algo que llevarse a la boca entre el blanco manto. Le resultó irónico el que esta vez fuese él quien miraba a los pequeños pajarillos buscarse el pan, cuando solía ser al revés. Pero en lugar de burlarse sentía simpatía por ellos, sabía lo duro que podía resultar un día sin algo que llene el buche. Al fin y al cabo él había tenido suerte aquel día. Más que suerte, había tenido a la señora Agnes, que casi era un ángel.

La noche comenzaba a cubrir el cielo, no era tarde pero la impaciente oscuridad había decidido no esperar más para entrar de manera triunfal en la tarde británica. Llegaba el momento de volver a casa, esa fría casa vacía de calor... de calor y de candor. Lo que todavía no sabía era lo que le estaba esperando aquel frío día de diciembre al regresar a casa, que le cambiaría la vida de forma definitiva.

El último habitante de la Luna. Pre-texto

El último habitante de la Luna es una serie de 14 entradas en este blog que se publicarán a lo largo de 2017, a razón de una por mes (excepto enero y diciembre, que tendrán dos entradas).

Empezando por esta misma, en la que se presenta la serie. La historia se desarrollará a lo largo de doce publicaciones que narrarán las aventuras y desventuras de nuestro protagonista. Para terminar la serie, se publicará una entrada final en la que se mostrará el proceso de creación de la historia completa, una especie de "comentarios del autor".

Lo cierto es que apenas se han escrito algunas entradas, ni siquiera el autor sabe qué caminos tomará la historia ni dónde terminará... pero esto ya os lo contaré a finales de año. ¡Esto comienza ya!

miércoles, 18 de enero de 2017

Elemental

Todo parecía bailar al son de un lunes dentro de la habitual normalidad en el día de hoy. A excepción de cuatro detalles que podrían pasar desapercibidos ante los inexpertos ojos de un mortal despistado pero que sin embargo resultan imposibles de omitir para un experto en el arte de la deducción y que apuntan, sin ningún lugar para la duda, hacia una única y evidente explicación.


El primero de los detalles que despertó mi curiosidad tuvo lugar a primera hora de la mañana. Al tomar el ascensor de mi casa para bajar a la calle, justo mientras terminaba de vestirme con la prisa habitual de esas horas para ir al trabajo y tras pulsar el botón que me conduciría a la planta baja, algo tremendamente inusual llenó apenas 3 segundos de mi tiempo. La puerta del ascensor no respondió a la velocidad usual sino que quedó abierta 3 segundos más de lo que acostumbra tras pulsar yo el botón. Hecho inexplicable si se toma de forma aislada, pero no por ello despreciable en absoluto.


El segundo de los hitos, y el que me puso en la pista de la posible explicación, tuvo lugar durante el trayecto en autobús. Contando con la multitudinaria asistencia de todos los lunes quedaba, sin embargo, un asiento libre al fondo del vehículo, justo al lado de una anciana que impedía el acceso al mismo. La hipótesis de la pasividad para explicar la falta de habitantes quedó desterrada cuando la anciana se apeó del autobús y un niño tomó el asiento, quedando su progenitor de pie a su lado sin tomar asiento. Por tanto, se unía este hecho a la lista de evidencias del caso, hasta el momento formada por un par.


Pero no iba a tardar en crecer tal lista, pues al llegar al trabajo tuvo lugar la tercera actividad inusual. Contando el edificio con una (mal llamada) inteligencia que ayuda a gestionar los recursos del mismo, no dispone de interruptores para la luz eléctrica. Por el contrario, son detectores de movimiento los que accionan o interrumpen el suministro de luz a demanda de sus transeúntes. Bien, pues estando yo en mi puesto de trabajo empleándome de forma afanosa en la consecución de mis acometidos, encendióse la luz del pasillo sin que pudiese verse persona ni objeto moviéndose en él. Otro hecho que tomado de forma individual podría atribuirse al azar para alguien mundano, pero que me resultaba imposible y hasta desagradable de desterrar a tal argumentación, dados los hechos anteriormente narrados.


Sólo hacía falta el último de los acontecimientos observados para concluir la tesis final. Y éste tiene lugar en el vestuario del gimnasio al que acudo tras el trabajo dos días por semana. Reduciendo los detalles a su mínima expresión, expondré que reparé en un bote de gel que andaba huérfano de dueño. Tras preguntar al único hombre que vi en el vestuario por la propiedad de tal objeto, éste se encogió de hombros y argumentó que no era suyo y que ya estaba ahí hacía un rato. Faltaría añadir que nadie había en las duchas y que ese hombre y yo mismo conformábamos el total de usuarios de cuerpo presente en ese momento.


Una vez experimentadas todas estas vivencias, la deducción lógica e inevitable resultó imposible de ignorar para mis pensamientos. Como el lector ya habrá podido saber, sólo hay una explicación evidente para lo acaecido durante este inusual lunes: el hombre invisible ha estado siguiéndome durante todo el día. La pregunta ahora es, ¿con qué intenciones lo habrá hecho?

miércoles, 11 de enero de 2017

Convite

Es demasiado tarde para arrepentirse, ni siquiera queda tiempo ya para debatir si fue buena idea. La realidad es que estás en su puerta, has llamado y estás esperando a que abra, con tu mejor sonrisa y el corazón a punto de... La puerta se abre y él saluda a tu sonrisa con la suya, sus preciosos ojos verdes te paralizan pero no es tiempo de quedarse plantada como una idiota, tienes que reaccionar. Te lanzas a saludarle con dos besos, que él transforma en un abrazo. Qué bien abraza el condenado, no entiendes cómo un gesto tan físico pueda ser tan intangible, inefable, inmaterial, in...conscientemente revelador.


Él omite la invitación a pasar, simplemente se da media vuelta y camina hacia la cocina; como si tuvieses todo el derecho del mundo a seguirle, como si lo natural fuese que dejases el abrigo sobre una silla y le acompañases. Mientras tu cabeza se lo cuestiona tus piernas lo hacen. Jamás habías estado en esta casa y, puede que sea el gélido día de enero que has dejado fuera o el precioso vecindario de pinos silenciosos y suelo blanco que enmarca la localización, pero sientes un aura encantadora que te envuelve. Recuerdas ese filtro de colores cálidos que utilizan en las películas cuando el protagonista está soñando, puede que estés en un sueño pero no te importa. El contraste es precioso, el candor de la chimenea encendida se adhiere al frío que los ojos perciben a través del enorme ventanal; la madera del suelo bajo tus pies refleja de forma perpendicular a los verticales troncos nevados de pino; su pelo, descarado y caótico, destroza la armonía que ordena el conjunto de leña perfectamente cortada y apilada en el exterior.


Te pide que le ayudes a preparar algo caliente que acompañe a la conversación y te señala la alacena mientras él se dirige hacia el otro extremo de la habitación. Es uno de esos preciosos muebles de madera natural, con puertas acristaladas y algún que otro detalle que demuestran los muchos años que lleva cumpliendo su función de guardar la vajilla. Coges el pequeño tarro de cerámica que te ha pedido y, al tenerlo entre tus manos, piensas en lo curioso que te resulta el efecto del tiempo. Mientras percibimos como algo negativo y feo el efecto que tiene el paso de los años en la piel de las personas, a la cerámica le sienta genial ese envejecimiento. De pronto te planteas cómo modifica el paso del tiempo a las personas, ¿habrá quien sepa reparar el alma de igual forma que hacen con la cerámica los artesanos del Kintsugi? Desde luego, a él lo has visto disfrutar de belleza donde tú sólo percibías viejas cicatrices, incluso contagiar esa maldita pasión que le acompaña hasta casi encontrar deliciosos tus complejos. Cierras la puerta de la alacena y te diriges hacia la mesa, descubres que el tarro que tienes entre las manos se llama "Té" y te sorprende la elección de la infusión, pero tu curiosidad queda insatisfecha. Como única respuesta recibes una petición de colaboración. Mientras él pone al fuego del hogar una vieja tetera llena de agua, tú te sientas a la mesa, una enorme mesa de madera de roble desnuda que encaja el protagonismo de su belleza (en cualquier otro sitio ocuparía el podio en solitario) en la preciosa estampa de la estancia rural.


Es impresionante la capacidad que siempre ha tenido para condensar placeres en un único instante, tanto temporal como espacial. Y es que, sin poder salir del encantamiento del lugar que os rodea, estáis fabricando una conversación tan natural y agradable que nadie adivinaría la fuerza con la que tu corazón golpeaba tu pecho instantes antes, mientras esperabas en la puerta. Es como si no necesitases vestir a tus palabras para presentarlas a tu interlocutor, como si todas esas ideas y sentimientos que nacen de tu interior saliesen a bailar distraídos y sin temores al jardín que hay entre los dos, como si os conocieseis tan bien por dentro que no hiciese falta hablar de las banalidades ni de las cosas importantes de las que suelen hablar las lenguas y pudieseis centraros en el diálogo que mantienen vuestros ojos mientras el mundo sigue su curso... o puede que haya dejado de girar, ¿a quién le importa?


Se mueve entre el fuego y la encimera, al otro lado de la mesa. Traslada dos tazas desde la balda hasta el fregadero. Coge la tetera y vierte sobre las tazas agua caliente para templarlas. Ejecuta sus movimientos en calma, sin prisa, los enmarca en una cariñosa ceremonia. Vuelve al fuego para dejar de nuevo la tetera. Vacía las tazas y las posa sobre la mesa. Te pide que aportes algunas hojas de té. Escoges las que te parecen más idóneas, aunque no tienes la menor idea de cuáles son las cualidades que hacen de una hoja de té la más idónea, y depositas tres o cuatro en cada taza. Las hojas tienen un aspecto añejo, secas y arrugadas, aunque imaginas que es fruto de la deshidratación y que al sumergirlas en agua se expandirán y regalarán su aroma, color y sabor al agua. Se gira hacia el hogar. Rodea el asa de la tetera con un trapo y la aparta del fuego. La conversación queda en suspensión por primera vez. Parece que todo en los últimos minutos era el preludio para este momento. Cuando inclina la tetera con cuidado, escuchas el susurro del agua al saltar al interior de las tazas, el último sonido que recuerdas es el que han hecho las hojas de té al recogerlas del tarro. El vapor de agua que asciende de forma categórica anticipa la agradable sensación que percibirán tus manos. El sutil olor que empieza a dispersarse desde ese volcán activo sobre la mesa, explica a tu olfato el mimo y cariño con que ha sido preparado.


Nunca has sido una gran amante del té, ni siquiera eres la autora intelectual del que se acaba de elaborar hoy, simplemente eres una cómplice que se ha visto involucrada en este magnético proceso. Y ahora te regalan el resultado:
 
- Te prometí convidarte a un café. Y si ahora te ofrezco este té -extiende el brazo acercándote la taza- es sólo para seguir debiéndote ese café mañana. No dejes que se enfríe.

miércoles, 4 de enero de 2017

Entropía (2 de 2)


El hombre misterioso e Ignacio mantuvieron su mirada en un duelo sostenido durante un buen intervalo de tiempo. El tenso silencio comenzaba a apoderarse de la estancia, estaba ya impregnando las paredes para dejar una huella perenne en el lugar cuando José Luis interrumpió:
- Hombre, tampoco es para ponerse así Angelito...
- Tienes razón José Luis. Perdona Ignacio, he tenido un mal día...
- Entonces, ¿se llama Angelito?
- ¡Joder José Luis! Le había dicho al nuevo que nadie sabía el nombre de Angelito, estaba tratando de formar un aura de misterio alrededor de su persona... y vas tú y lo jodes todo. Bueno, que en realidad has sido tú el que lo ha mandado todo a tomar por culo Angelito. ¿Para qué sueltas esa gilipollez?
- Lo siento, ya he dicho que he tenido un mal día. Mi cuñado se ha puesto a tirar un tabique y no he podido dormir la siesta. Precisamente hoy que tenía un dolor de cabeza de mil pares de narices... Además, Ignacio ya sabe lo que me jode el tema de Smith, es un gilipollas que no sabe hacer la o con un canuto.
- Pero... esperad un momento, ¿entonces...?
- Me vais a asustar al chico. A ver prosigamos, ¿quién tenía la palabra?
- Yo -reclamó Ignacio.- Como iba diciendo, es necesario un análisis etimológico para completar el fundamento y contextualización del asunto que nos ocupa. Resulta de especial interés las referencias de ciertos autores -alargó la letra e en la palabra "ciertos" pero sin dar oportunidad a réplica- para situar las primeras referencias a...