jueves, 14 de septiembre de 2017

Ismael

Llueve a cántaros, los coches inundan los carriles de la ciudad mientras el viento hace zozobrar a los cuatro viandantes a los que ha sorprendido el temporal. Sin embargo Ismael camina con la parsimonia y tranquilidad de quien se sabe en casa. Es un viejo con la piel demasiado curtida y una sonrisa en la cara que sujeta un cigarrillo liado a mano. No parece importarle que el agua haya ahogado al humo de su cigarrillo. Lleva unos vaqueros que parecen recién estrenados y son 2 tallas mayores que la suya, en contraste con un jersey de lana gorda muy desgastado y un gorro, también de lana, enroscado en su cabeza. Bajo el gorro escapa una maraña de pelo alborotado y cano, del mismo color que su frondosa barba.
 
Hace mucho tiempo que no llovía con tanta intensidad, hace demasiado tiempo que Ismael no sentía el agua correr por sus mejillas en la forma en la que la siente ahora. Su sonrisa crece a cada instante, parece estar a punto de romper a reír a carcajadas. Rescata el cigarrillo de la comisura de sus labios con los dedos pulgar e índice. Esos dedos... ¡sus manos! Las manos son quienes le delatan, Ismael es, o ha sido, marinero. A decir verdad Ismael ES marinero, cuando alguien ha compartido tanta vida y muerte con la mar, jamás puede dejar de ser su novio, jamás puede olvidarla.
 
 
Lo que no termina de quedarme claro es si yo soy un narrador omnisciente describiendo a Ismael o un personaje que le observa a los ojos. A decir verdad es difícil saberlo con una narración tan caótica. Existe cierta confusión propia de un personaje ajeno al protagonista pero inmerso en el mismo universo que va descubriendo a Ismael conforme lo observa, pero al mismo tiempo se presentan detalles que sólo un ser omnisciente podría saber (por ejemplo su nombre).
 
Supongo que la idea de un hombre enigmático que expresa una actitud anómala frente a la tormenta era más importante que los detalles. Imagino que las ganas de escribir sobre un marinero alejado de la mar y sobre cómo sobrevive en ese mundo ajeno a cuanto conocía, pudieron más que el sentido de la responsabilidad. No sé...
 
... eso sí, por favor, llamadle Ismael. Al menos hasta que termine la novela que descansa sobre mi mesilla.