miércoles, 27 de julio de 2016

Título

El texto descuartizado se titula "Lo más difícil". Los caracteres del título se han excluido del análisis.

- Blurring:



- Aparición de cada carácter:


miércoles, 20 de julio de 2016

Evitando hablar del miedo

Solía decir que hay dos cosas que me dan miedo, y hablar de las cosas que me dan miedo es una de ellas. Tengo miedo a hablar sobre el miedo. Temo, al revivir ese sentimiento, darle la fuerza suficiente como para que se instale en mi alma y se quede durante un tiempo. Tengo miedo de que pudra mi felicidad, miedo a que el miedo me robe mi sueño, a que me obligue a dar vueltas sobre la cama hasta destrozarme la piel, a volver a los sacos de boxeo, a los cascos de caballo galopando sobre el eco, a ordenar mis desgracias con rima asonante, a salir corriendo de mi vida y alejarme tanto que no me reconozca ni yo mismo.

Hablaremos sobre el miedo, pero eso será otro día.

miércoles, 13 de julio de 2016

La noche

Él fuma. Fuma mucho y bebe fuerte. Sus recuerdos bailan con el humo en una atmósfera densa y melancólica. Recuerda su último baile con aquellos preciosos ojos negros. Los dos únicos ojos del mundo. La música acompaña como un eco a través del tiempo que cada vez reverbera con más desidia, con menos fuerza. Sus dedos temblorosos ya solo acompañan al cigarrillo de nicotina y algo de sustancia. El vaso, vacío de ilusiones y de alcohol. Sírvame otra copa, jefe, que la quiero llena. Ya no recuerda su último anhelo. Moriría con su última sístole, estima. El pasado le duele demasiado pero el futuro le estrangula, le agarra las pelotas con fuerza y le convierte en un ciego incapaz de escuchar al presente. Lamenta no tener otras drogas más fuertes por las que llorar. Hace tiempo que increpó a un Dios muerto. Dios ha muerto, el filósofo lo mató, pero, ¿quien acabó con el filósofo? Yace muerto sobre la alfombra, empapado en su propia sangre y con letras brotando de sus venas abiertas. ¡Que se callen! No me dejan escuchar el cante de los hielos en mi vaso. Ya no sabe cómo olvidar, ya no recuerda lo que fue, ya solo quiere recordar... la nada. Le sobra lo demás.

miércoles, 6 de julio de 2016

Símbolos

A veces pienso que son los símbolos los que nos definen, los que definen nuestras relaciones, nuestros recuerdos, nuestras decisiones.

Y es que todo el mundo tiene un apelativo cariñoso con el que referirse a su pareja, su hermana, sus padres o abuelos. Esa forma especial de llamarles no es sino un símbolo, un acuerdo entre ambos que encierra mucho más significado del que nadie que no lo conozca pueda inferir. Hay regalos especiales que uno guarda con especial cariño, no por el valor económino ni porque sean especialmente bonitos, sino porque son un símbolo. Nos recuerdan lo que supuso ese regalo en aquel preciso momento de nuestra vida. Probablemente, nadie más en el mundo vea lo que tú ves cuando miras ese regalo, cuando sostienes entre tus manos y lo aprietas fuerte contra tu pecho; cerrando los ojos, teletransportándote al lugar y el momento donde lo recibiste. Los símbolos son poderosos, capaces de provocar indiferencia y un torrente de emociones al mismo tiempo, según el corazón que los mire. Un nombre propio es un símbolo. Ese conjunto de carácteres fácilmente reconocibles y ordenados de manera adecuada, {N,A,D,I,A}, adquiere especial significado, propiedades y acepciones que nadie jamás definió y mucho menos dedujo de tal singular conjunto, que es tu nombre.

Yo mismo he regalado símbolos (creo que es el mejor regalo que puedes hacerle a alguien), aunque reconozco que no soy bueno elijiendo regalos y...

Te regalé un símbolo. Elegí un símbolo, lo envolví en una historia (que traté de hacerla tuya, mía y nuestra) y te lo regalé. Te regalé algo intangible, algo impersonal, inerte, carente de significado pero lleno de sentido; te robé la indiferencia ante lo ordinario; transformé en ordinal lo cardinal; desordené la lista más sagrada; robé un símbolo común para todo el universo y te lo regalé, con el tremendo descaro que solo tienen los enamorados. Destrocé el sistema posicional que al que solías atenerte para inferirte un sistema emocional en el que enmarcar ese símbolo; un símbolo que ya conocías antes, te habías encontrado unas cuantas veces (tampoco demasiadas) con él pero jamás le habías prestado atención. Te robé esa indiferencia... Acabé con la ilusión de lo aleatorio, destrocé una simbología milenaria. Y es que solo a mí se me ocurriría regalarte un número.