miércoles, 5 de octubre de 2016

Taktsang (final)

Una vez despejado e identificado el camino que debía seguir, me dispuse a recorrerlo y para ello necesitaba conocer a la perfección el instrumento con el que acababa de hermanarme. Debía dominar el arte de su manejo, una vez fundida nuestra esencia teníamos que aprender a ser uno también en cuanto a nuestra forma física. Entrené día y noche junto a mi inseparable compañero, lo aprendí todo sobre él y sobre mi yo interior, él se amoldó a la forma de mis dedos y mis palmas, nos complementamos el uno al otro. Pasé tres años instruyéndome como maestro de mi nueva forma de vida. Pasaba semanas enteras sin dormir, olvidaba alimentarme durante días por dominar una nueva técnica, dedicaba horas a escuchar con atención lo que la pieza tenía que enseñarme. Toda mi vida giraba en torno a esa pequeña pieza de madera.

Una noche, mientras ensayaba un nuevo movimiento para bailar con el viento y que este fuese uno conmigo mismo y mi nueva extensión, el monje se acercó a mí y me dijo lo siguiente:

- Tu aprendizaje ha terminado. Ahora eres un maestro del nuevo arte.
- Pero todavía tengo muchas preguntas. Me he centrado en dominar los movimientos pero lo ignoro casi todo acerca de la forma.
- La forma no importa, ni siquiera existe. Lo importante es el espíritu.
- Pero, ¿y esta marca? Apareció durante aquel ritual en el estanque no sé cómo ni por qué. ¿Qué significa?
- Ya te expliqué que es tu marca, la señal con la que tu yo interior firma. El símbolo que te define.
- ¿Cuál es el símbolo de tu yo? ¿Es también una letra?
- Mi símbolo es ユキヒョウ. Es japonés y significa "leopardo de las nieves". Ellos son los guardianes del templo, los que cuidaron del maestro Padmasambhava y lo han visto todo desde el inicio de los tiempos. Sólo unos elegidos poseen este símbolo. Mi cometido, y ahora el tuyo, es encontrar al último leopardo de las nieves. Él es quien tiene toda la sabiduría en su interior y nuestro trabajo y el de todos cuantos te preceden es el de ayudarle a descubrirla.
- ¿Quieres decir que hay más como yo?
- Siempre hay gente dispuesta a encontrar el camino y lo suficientemente terca como para seguirlo. No eres el único, pero como todos, eres único. Al amanecer, cuando partas de aquí, quemaré el árbol del que salió tu instrumento. Dentro de muchos años volverá a crecer, se secará y otro aprendiz vendrá.
- ¿Cómo puedo agradecerte todo lo que has hecho por mí?
- Un viejo proverbio japonés dice "las raíces bajo la tierra no piden recompensa por hacer que las ramas den frutos".

No entendía muchas cosas y tenía cientos de dudas, tampoco me quería marchar de allí pero entendí que mi aprendizaje había terminado y debía salir al mundo para utilizar mis habilidades. De modo que tal y como el monje había dicho abandoné el monasterio al alba. Sin más equipaje que el de mi nuevo compañero me dispuse a descender el valle rocoso. Hacía tres años, tres meses, tres semanas, tres días y tres horas desde que había comenzado aquel viaje desde la ciudad de Paro (considero el comienzo de aquel camino en solitario como el inicio de todo). Tras descender los muros de roca y al llegar al camino que debía tomar para emprender mi viaje de vuelta, volví la vista para guardar la última imagen del templo que había sido mi casa durante todo este tiempo y donde tanto había aprendido. La luz del sol apenas comenzaba a colarse por el valle entre las montañas pero pude ver cómo resplandecía un fuego intenso entre los edificios del templo, el árbol estaba ardiendo.

Hoy ha pasado mucho tiempo desde aquel día pero recuerdo cada detalle con absoluta nitidez. Desde aquel 19 de abril de 1998 he podido ver el mundo de otra forma. El camino a seguir se ha presentado desde entonces despejado y bien definido ante mí. Convertirme en el mayor experto del mundo en este arte ha sido algo natural, no he tenido elección, no he podido hacer otra cosa que no fuese mostrar la belleza y la magia de esta noble forma de vida. Esta es mi historia y así es cómo me convertí en el campeón mundial de ping pong.