martes, 24 de septiembre de 2013

No soy yo, eres tú

Me abandonó hace tiempo y me dejó una nota de despedida que leí nada más levantarme:
"Hemos pasado muy buenos momentos juntos. Hemos reído, llorado, sentido cosas que nadie más comprendería, sé que has compartido conmigo sentimientos en exclusiva que ningún otro ser conoce, te he dado lo mejor de mi y, a cambio, he visto un par de veces lo que puedes alcanzar con tu potencial. Como cualquier ser humano, eres único. Pero esto se terminó, me voy. No soy yo, eres tú. He intentado comunicarme contigo en más de una ocasión, pero te has empeñado en negarme la entrada a tu cabeza, en esquivarme con evasivas. No quiero puedo quiero tratar con alguien que sé que no eres, no me apetece conformarme con el 10% de lo que un día me diste. Si alguna vez decides volver a ser auténtico, si vuelves a dar esquinazo a tus miedos y te apetece compartir un buen café conmigo... no me busques, sabré encontrarte. Adiós."

Y la muy hija de puta desapareció. Pensé que podría engañarla, que la convencería para venir a mi cama cuando a mi me apeteciese y maltratarla a mi antojo hasta obtener lo que necesitase de ella. Pero no, ella es dueña de sus compañías y, desde luego, no se deja engañar por nadie. Sólo puedo decirte una cosa Inspiración: "me encantó bailar contigo".

miércoles, 18 de septiembre de 2013

¿Qué quieren las mujeres?

He reflexionado mucho sobre esta cuestión. Le he dado muchas vueltas, he buscado la respuesta en muchos lugares, momentos y personas. Por el camino he aprendido un puñado de cosas, con lo que me daría por satisfecho, pues ya no sería un camino en vano (pocos lo son). Pero también me he encontrado con muchas medias verdades: "ni nosotras mismas lo sabemos"; o con grandes mentiras directamente:"poca cosa...". Lo cierto es que generalizar de esta forma tan abrupta la cuestión hace complicado el encontrar una solución satisfactoria. La respuesta que hoy aquí presento la he elegido por la reacción que me provocó. No fui capaz (ni todavía hoy lo soy) de rebatirla ni encontrarle objeción alguna. No puedo sino aplaudir la sabiduría de quien me la desveló y quitarme el sombrero ante tan abrumadora verdad.
Esta respuesta tan sencilla a aquella pregunta tan difícil la encontré hace algún tiempo en un pueblito perdido en la sierra. Se presentó de boca del anciano más longevo de aquel lugar. Tras una tarde entera de discusión sobre mil temas y entre otros tantos participantes, se presentó la incógnita. Ninguno de los ávidos charlatanes, desde los jóvenes a los mayores, desde los mujeriegos a los romanticones, pudo dar con una solución tan elegante. Tras muchas palabras gastadas como digo, se abrió paso hacia mi (pues fui yo quien inició tal debate)  este anciano que permanecía oyente, expectante, al fondo de la estancia, junto al calor de la hoguera que calentaba sus huesos. Con su andar cansino, ayudándose de su cachaba para moverse y con una media sonrisa dibujada en su cara, enfiló el camino a su casa haciéndolo coincidir con mi posición. Y al pasar a mi altura, se acercó sin apenas detenerse y me dijo al oído: "Lo que quieren las mujeres es... ser felices".