miércoles, 26 de abril de 2017

Difícil y divertido

Lo divertido es mirarte, y que me mires.
Que nuestras almas cuchicheen cosas a escondidas
mientras nosotros,
absortos en la insulsa verborrea de nuestras lenguas,
ignoramos sus planes.
Lo difícil es no pensarte.
Lo divertido es perderme entre tus faldas,
escucharte reír a carcajadas, ignorar los ataques
del tiempo hasta convencerlo de que pase la
noche de fiesta con nosotros.
Lo difícil es no tenerte,
no poder tocarte, olerte, escucharte, besarte.
Lo divertido es descubrirnos poco a poco.
Disfrutar de esa sensación de que todo
lo que forma parte de ti me encanta
y que nada me resulte del todo desconocido...
pero aun así me sorprendas.
Lo difícil es no estremecerse cuando percibo tu perfume.
Lo difícil es no verte, no imaginarte en cada cara,
sentirte a mi lado cuando viajo en metro.
Lo realmente difícil es no sonreír cuando
de forma súbita apareces en mis pensamientos.
Lo divertido es quererte, enamorarme de ti cada día.
Lo divertido es que veas la cara de tonto que pongo
cuando nado en las gélidas aguas del placentero lago
de sueños que me muestran tus pupilas.
Lo difícil es saberte lejos, muy lejos.
Incluso cuando tengo la suerte de tenerte a mi lado.
Lo difícil es tomar un café cada día, sin ti.
Lo difícil es... amarte y preguntarme si te quiero.
Lo difícil es tener que imaginar tus sonrisas. 
Lo divertido es no sacarte de mi cabeza.
Lo difícil es no quererte, nadie me enseño jamás a no hacerlo
No tengo ni un sólo motivo para no quererte.
Y lo que es peor, no sé como no decirte que te quiero
cuando ese sentimiento trepa por las paredes de mi corazón,
se aferra fuertemente a mi tráquea
y consigue asomarse a mi garganta.
De verdad que no sé cómo acallarlo.
Lo difícil, querida Lucía, es convencer a mis manos
para que no tiemblen cada vez que escucho tu nombre.
Lo imposible es olvidarte.

Lo difícil es tener esta misma conversación conmigo mismo...
cada día.

miércoles, 19 de abril de 2017

Por (des)amor al arte

- Amaba su obra, odiaba a la persona que había detrás. Me entusiasmaba su pintura, detestaba su conversación y su forma de ser. Tan anodino y vulgar, tan poco bohemio. Odiaba que su realidad no estuviese a la altura de mis expectativas. Tantas nueces y tan poca música... Tenía un silencio tan falto de carisma que le olvidé nada más conocerle. Era incapaz de encadenar más de dos frases cortas para interactuar con otro ser humano. Me recordaba tanto a mí que me prometí ignorarle durante el resto de mi vida, cada mes, cada día, cada instante... Lo que me llevó, irremediablemente, a amar cada uno de los detalles de sus creaciones
Podía coger cualquiera de sus cuadros y destrozarlo hasta la saciedad. Examinar cien, mil nimiedades que llamasen mi atención, bucear en lo que yo creía que era la idea subyacente de la obra, pasar días enteros ensimismada... y determinar, al fin, que no había entendido nada. Tal era mi admiración que no era capaz de percibir lo más evidente: su total y absoluto desprecio por el mundo. Los grandes artistas han de ignorar el fatuo destino de sus semejantes para elevarse sobre ellos y labrar una marca eterna e indeleble en el universo mundano.
Un proverbio chino reza: "Las raíces bajo la tierra no piden recompensa por hacer que las ramas den frutos". De igual forma, una manzana jamás se acordará de la semilla que le hizo nacer. Por contra, intentará conservar, proteger y sembrar sus propias semillas, tratando de perpetuar su especie. Todo lo contrario sucede con el agua. El agua es un espíritu libre... sujeto a las más estrictas normas de la naturaleza. El agua es capaz de lo mejor y lo peor, capaz de mantener con vida a un planeta entero y capaz de destruirlo con atrocidad. Y sin embargo, no es capaz de escapar de este vaso de cartón que descansa, inocente, sobre la mesa. "Pon agua en una botella y será la botella", ¿donde está toda esa personalidad arrolladora que tiene el agua en un torrente? No se me ocurre un fin más humillante y denigrante que el acabar siendo un endeble vaso de cartón. Un vaso que ni siquiera está diseñado para contener agua pura, sino una bebida con aroma de café. Un vaso con colores llamativos y mensajes positivos impregnados en sus paredes, cuya finalidad es resultar atractivo a la vista e incitar a unas personas a ofrecer su dinero a otras personas a cambio de sentirse bien con dicho vaso entre sus manos... o sobre la mesa. Lo cierto es que estos vasos no tienen la culpa, ellos simplemente aguardan apilados en estrechos conductos, dentro de una máquina, a ser vendidos por 35 céntimos. Aplastados, mordisqueados, desgarrados... su destrucción no suele ser indolora ni sutil. Al menos tienen el mismo consuelo que Hinduístas y Budistas, su ser material mutará de cuerpo mientras su esencia se mantiene inmortal: el vaso de cartón. 
No recuerdo de qué estaba hablado, se me hace tarde y tengo que abandonar esta reunión. Adiós.

Aplasta entre sus dedos el vaso de cartón que tenía en su mano y sale por la puerta, dejando sobre la mesa el vaso hecho un amasijo de ira y sentimientos reprimidos. El dibujo del vaso y la firma del artista han quedado destrozados. Las diez personas que escuchaban su discurso, con un café en sus respectivas manos, boquiabiertos. Nadie se atreve a romper el silencio. Por fín, una chica dice:
- ¿Quién era esa? 
- Ni idea -responde su compañero-, pero habrá que volver al trabajo

miércoles, 12 de abril de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 4

Entrevista de trabajo

[Dos días más tarde]
Se despertó con el alba, igual que todos los días. Había descansado de maravilla y se levantó con una sonrisa en la cara. Desayunó la reminiscencia de un buen sueño que todavía recordaba, era lo único que le quedaba. Salió a la calle y disfrutó del paseo. Le encantaba ver el desperezar del Sol cada mañana, todavía no tenía energía como para calentar las calles y es probable que no la consiguiese en todo el día, pero el hecho de poder saludarle y verle despertar era toda una victoria tras la terrible tormenta del día anterior.

Paseó entre las lonjas del puerto en su rutina diaria en busca de trabajo. Hoy no le importaba si no encontraba nada bueno, pero sí necesitaba algo para almorzar. En el puerto no consiguió nada, se encaminó hacia el barrio obrero. Luego hizo algunas cosas, algunas cosas son las que hizo.

Por fin llegó el momento. Entró en el viejo edificio de fachada sucia. Siguió al hombre que lo recibió hasta un enjuto despacho lleno de archivadores. Un hombre con la camisa remangada y un cigarro bajo su bigote no esperó a que entrase en el despacho para reprocharle:

- Ese no es un motivo para rechazar este trabajo. ¡Demonios! No es motivo para rechazar ningún trabajo
- ¿Cómo dice? Disculpe, yo venía por la entrevista de trabajo, no pretendo rechazar...
- Ah, todavía eres tú. Demonios, sí... esto... No sabes de qué va esto, ¿verdad?
- No señor, pero estoy dispuesto a trabajar duro. Tengo mucha ilusión y estoy...
- Sí, sí, sí. Genial, perfecto. Eres ideal para el trabajo. Estás contratado, o estabas... Bueno, tienes que hablar con Ismael, él te enseñará todo esto y te explicará lo que tienes que hacer.
- Muchísimas gracias señor, le aseguro que no se arrepentirá

Estaba algo desconcertado, ni siquiera le habían preguntado nada y el puesto ya era suyo. Pero estaba tan agradecido y emocionado por su nuevo trabajo que apenas se mantenía en pié. Sintió que la cabeza le daba mil vueltas, estuvo a punto de caer al suelo mareado. Pero no era momento de dejarse llevar por las emociones, tenía que demostrar su valía.

- Hola, soy nuevo aquí --se presentó.-- Acabo de hablar con el señor... lo cierto es que no me ha dicho su nombre. Pero me ha indicado que usted puede ponerme al día.
- Llamadme Ismael --hizo una reverencia casi teatral.-- Bienvenido, aquí necesitamos a más gente como tú, ¿sabes? No, todavía no lo sabes, claro que no... pero lo sabrás.

Ismael ahogó una carcajada en una media sonrisa. Dió media vuelta y comenzó a andar sin dejar de hablar, invitando a seguirle. Al pasar por una mesa, cogió una carpeta repleta de papeles. Las hojas rebosaban por los laterales de la carpeta, que apenas mantenía dentro toda esa documentación. Daba la impresión de que la mitad de las hojas saldrían volando al soltar los amarres que la mantenían cerrada. Sin embargo, Ismael la abrió con un movimiento sutil y calculado, eligió la primera hoja y la consultó:

- Veamos, ¿qué te toca a tí?... Esos zapatos son un 44, ¿cierto?
- ¿Disculpe?
- Sí, son un 44. Correcto, muy bien... Ajá, aquí estás. Tú eres el encargado del agua. No es un mal propósito para ser nuevo
- ¿Del agua? Muy bien, he trabajado como fontanero durante unos meses...

Ismael rió a carcajadas:

- Bien, no creo que esa experiencia te sirva demasiado. Sin embargo es un buen punto de partida. Te encargarás de que el agua siga siendo agua. Ya sabes, de que que respete lo que esos pobres desgraciados llaman las "leyes de la naturaleza", de que se comporte de forma predecible y de acuerdo a sus "teorías físicas" y todo esas cosas... Que el agua siga siendo agua, como te he dicho. ¿Alguna duda?
- Sí... perdone pero... creo que no le entiendo. ¿Cuál es exáctamente mi cometido?
- Te lo he dicho, te encargas del agua
- Y, ¿con qué herramientas cuento?
- Puedes coger lo que precises y utilizar todo lo necesario. Confiaremos en tu criterio, eres tu propio jefe en cierto modo... En realidad nadie tiene tiempo de supervisar tu trabajo. Eso sí, como metas la pata tendrás que responder ante el jefe de verdad. Tenemos libertad para realizar nuestro trabajo, pero son muy exigentes en cuanto a los resultados.

miércoles, 5 de abril de 2017

Boom!!

Enrique se encuentra algo taciturno. Lleva unos días distraído, preocupado, se despierta cada mañana amedrentado sin saber muy bien el motivo ni el origen de su congoja, algo le aflige desde la oscuridad de su psique, sin llegar a atormentar su alma, pero ese algo no muestra su naturaleza ni se descubre. Lo tiene prácticamente todo... y sin embargo no es feliz.

No hay nada más notable que una ausencia, y ésta es más insulsa (pero no menos intensa) cuando tiene carácter anónimo.

Enrique se ha levantado, como cada mañana, y se ha arrastrado por el pasillo hasta la cocina. Todavía en pijama y visiblemente despeinado está sentado a la mesa, enfrentado a su desayuno. Su rival: un café sólo, una rebanada de pan recién tostada y dos piezas de fruta, que hoy son kiwis. La tablet en el otro extremo de la mesa aguarda con cientos de mensajes sin leer y las noticias del día debidamente resumidas. Hoy no está de humor para leerlas, no antes del desayuno.

Sumido en los objetos que descansan sobre esa preciosa mesa de madera, ignora el gran ventanal que tiene a su derecha. Esta omisión resulta casi insultante para cualquiera que disfrute por primera vez de las impresionantes vistas: una impecable playa de Miami de arena blanca y agua cristalina. Sin embargo él está inapetente, su vista tiene contacto con lo que iba  a ser su desayuno, pero su gusto está lejos de disfrutar de él, el olor del café condenado al mismo ostracismo que las vistas del ventanal. Es consciente de todo lo que trata de ignorar, y se culpa por no ser capaz de disfrutar de todos esos privilegios que la vida le ofrece. Sabe que no es algo habitual y está muy agradecido de su suerte (que por otro lado, siempre ha acompañado de horas y horas de trabajo duro), pero no tiene fuerzas para disfrutar de ella.

Alambican en su cabeza pensamientos interrumpidos. Viaja del significado platónico de su alma al pragmatismo en el que se ha visto inmerso en los últimos meses. Considera la antropología desde distintos ángulos, juguetea con la corriente espiritual de la psique humana, establece un soliloquio sobre la simbiosis entre arte y ciencia... Reminiscencias de un ensayo sobre espiritualidad turban su mente, sus experiencias siempre han tenido halo religioso que no ha sabido explicar, puede que sea una herencia incomprendida. No mantiene un rumbo concreto, busca algo que no conoce en un entorno que no entiende. Está perdido.

De pronto algo parece hacerle despertar de su ensimismamiento. Un anzuelo invisible ha capturado toda su atención y le ha arrastrado a este mundo. Todavía conmocionado por la brusca sacudida y con la mirada distraída, como su tuviese que acostumbrar sus ojos a esta realidad, lanza una petición al aire (sabe que nadie la atenderá, pues está solo en la habitación): Súbeme la radio, que esta es mi canción.