miércoles, 7 de junio de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 6

La decisión de la cabeza

[Una solitaria cabaña de madera en algún lugar de la Luna]
Necesitaba tomarse un tiempo para echar la vista atrás y analizar todo lo que había vivido en los últimos años. Le provocaba vértigo asomarse al galimatías emocional, intelectual y experiencial en que había estado inmerso desde que comenzase este trabajo hacía ya 3 años. De hecho ni siquiera sabía si tenía que mirar hacia atrás, hacia adelante o hacia adentro para tratar de comprender todo y lograr una visión completa desde la perspectiva adecuada.
 
Cuando le dijeron que tenía a su alcance los recursos que necesitase para realizar su trabajo no entendió, ni siquiera atisbó, a qué se referían exactamente. No imaginaba que podría solicitar al departamento de materiales, cualquier herramienta que necesitase... de cualquier tipo, incluidos vehículos especiales, nanotecnología de vanguardia e incluso armas. Tampoco imaginaba, ¿cómo podía haberlo hecho?, que su labor estaría al margen de cualquier departamento policial o ley, tanto las jurídicas, civiles... como las propias leyes de la naturaleza. Su trabajo consistía en mantener las propiedades conocidas del líquido elemento.... "que el agua siga siendo agua", le había dicho Ismael; lo cierto es que era una buena descripción de su labor. Para conseguir su cometido podía modificar las fuerzas gravitacionales, las leyes de la termodinámica y las ecuaciones de la corriente eléctrica. Se asustó mucho la primera vez que modificó el curso de un arrollo para evitar un desastre... pero acabó acostumbrándose a esas experiencias hasta el punto en que no dudó cuando tuvo que "reordenar" el agua de aquel mar tras el paso de aquel grupo de excursionistas por el desierto.
 
Lo que más le costaba era acostumbrarse a moverse por el tiempo. Las tres primeras dimensiones las tenía controladas, pero moverse por esa cuarta dimensión del tiempo era diferente. Le causaba náuseas el viaje, el aterrizaje de dejaba con esa presión en la cabeza tan molesta y lo peor era esa extraña sensación de estar constantemente caminando sobre un suelo de cristal que crujía bajo sus pasos. Al principio tenía esa sensación sólo en viajes largos, pero poco a poco fue invadiendo todas y cada una de las fechas hasta convertirse en una incómoda constante en su vida. Se sentía ya extranjero en cualquier época, le costaba reconocerse contemporáneo de ninguna otra persona, apenas recordaba la inocencia que provoca la feliz ignorancia de los "temporáneos" (es como llamaban en la oficina a las personas que sólo pueden moverse por el tiempo en una dirección). Ni siquiera todo el mundo que trabaja en la oficina tiene ese permiso, que más que privilegio se acaba convirtiendo en pesada losa para los que lo comparten.
 
Aquel ritmo de vida terminaba por pasar factura a cualquiera. Por ello decidió hacer una pausa y reflexionar detenidamente sobre su situación en aquel momento, sobre cómo había llegado hasta allí y lo más complicado de todo, sobre lo que quería hacer en el futuro. Aquella noche en su cabaña en la Luna fue dura. Necesitaba estar solo y sabía que era el único refugio en el satélite, él mismo lo había construido y mantenido oculto al resto del mundo. No durmió nada aquella noche pero no le importó, al fin y al cabo llevaba sin dormir como es debido más de dos años. Había tomado una decisión y estaba dispuesto a afrontar las consecuencias de la misma. Sí, llegaría hasta el final con su decisión aunque ello le costase borrar los tres últimos años de su vida y cambiar por completo el rumbo de la humanidad.