Cuando se hizo adolescente, tenía un montón de amigos, todo el mundo quiere tener al lado a alguien que huele tan bien y de forma natural, es agradable. Pero ella se sentía sola, no se sentía valorada como persona. Estaba rodeada de gente que siempre le decían lo bien que olía. Cuando iban a tomar algo a la cafetería, todo el mundo se peleaba por sentarse a su lado, pero después nadie le daba conversación. La princesa que olía a fresa estaba triste, empezaba a pensar que jamás conocería a alguien que la quisiese por quien era, no por lo bien que olía.
Un buen día conoció a un hombre alérgico a las fresas. Al principio, este no podía ni olerla porque le daban asco las fresas. Había desarrollado esa adversión hacia todo lo que le recordase a la fruta que le provocaba urticaria e inflamación. Sin embargo, el muchacho observaba a la princesa desde la distancia y sentía curiosidad, le parecía que tenía que ser una chica muy interesante. Ella siempre comía helado de postre (incluso en invierno) y no le importaba reirse a carcajadas, incluso en medio de la cafetería; y eso es típico de personas interesantes.
Un día todavía mejor que el del párrafo anterior, el chico decidió que tenía que superar su fobia a las fresas y acercarse a la princesa. Poco a poco, se fueron acercando y consolidando una relación fuerte y sincera. Hasta que al fin, durante una cena romántica en una preciosa noche de verano, él le pidió formalmente empezar una bonita relación amorosa. "Por fin encuentro a alguien que no está conmigo por mi olor, sino porque me quiere de verdad", pensó la princesa.
FIN.