sábado, 31 de diciembre de 2016

2016

2016 ha sido un año con dos días: el día en que me acostaba sabiendo que estabas ahí y el día en que me despertaba sintiendo que te has ido.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Entropía (1 de 2)

- ¡Hombre, cuánto tiempo sin verte por aquí! Bienvenido, toma asiento, te serviré un café.
La respuesta fue un sonido gutural serio, pero educado. Casi un gruñido civilizado.
- Debatíamos sobre los protocolos de medición de la entropía, un tema apasionante si se me permite la subjetividad.
- Para hablar de protocolos deberíamos establecer en primera instancia una definición precisa -sentenció Ignacio.
El debate seguía en la sala, todos lo hacían con una educación exquisita y guardando las formas como auténticos lords ingleses. Julio lleva asistiendo un par de meses y jamás había visto al nuevo asistente. Se trata de un hombre alto, tez clara y ojos oscuros. Luce un gran bigote que puebla todo el espacio entre el labio superior y su nariz. Vestido de negro y camisa de pana, verde pardo, apenas llama la atención por su envoltorio, que es anticuado pero moderado. De semblante serio, severo en la mirada, movimientos calmados. Escucha a sus colegas con silencio receptivo, las manos cruzadas sobre el regazo. Se diría de él que tiene un semblante educado, serio y rígido. Intrigado por su silencio y serenidad con la que parece atender a todas y cada una de las aportaciones de la sala, Julio pregunta a Miguel, su compañero y mentor desde que se inició en estas reuniones:
- Miguel, ¿quién es el nuevo?
- ¿Él? -señaló con la mirada.- No es nuevo, es uno de los miembros más antiguos, pero hacía mucho tiempo que no se dejaba caer por aquí.
- ¡Ah! ¿Y cómo han dicho que se llama? -susurraba.
- No lo han dicho, no lo sé. Nadie sabe su nombre, nunca lo ha dicho.
- La entropía es un concepto muy complejo --argumentaba Ignacio.-- Según los sabios podemos establecer distintos paradigmas en los que contextualizarla y darle un sustento teórico sobre el que fundamentar las bases para su experimentación y, por ende, medición. Sin embargo, éstos pueden cambiar de manera sustancial los resultados ya no de la medición en sí misma, sino de las tesis extraídas del indudable método científico. Pues estaréis de acuerdo conmigo cuando insisto en la necesidad de inquirir sobre el origen de la misma, más si cabe que en los fines últimos de su aceptación actual.
- No -sentenció el solemne asistente.
El eco resonó en toda la sala durante unos segundos. Pareciese que dominase a la perfección el arte del silencio, en sus meditaciones ofreciéndolo de forma pasiva en el exterior de su cabeza, por contraposición a los efluvios de sus pensamientos; y en sus intervenciones fabricándolo tras sus rotundos juicios en las gargantas de todos sus interlocutores.
- Pero según el último artículo de Smith...
- Smith puede comerme los cojones

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Un mal boxeador

Los malos boxeadores son los que no entrenan, golpean sin control, se mueven en el caos y se dejan llevar por la ira.

A pesar de todo esa velocidad que poseen tus manos, a pesar de toda la pasión con la que te enfrentas a tus adversarios, a pesar de la fuerza con la que golpeas, no tienes nada que hacer contra la rutina de los entrenamientos. Ese tío tan endeble que entrena de nueve a doce cada día, el imbécil que no sabe de qué va esto, ese novato que acaba de empezar, todos ellos te derrotarán, pasarán por encima dentro de poco tiempo. Te lo garantizo. ¿Sabes por qué? Porque tienen fuerza de voluntad, aprenden de la rutina, la escuchan cada día. La técnica y la táctica tienen más peso que tus brutos músculos en un combate. Tienen más ganas de hacerlo bien que de ganar y eso sólo les conducirá de modo unívoco a ganar. Estás jodido.

Esos golpes que lanzas a ráfagas, recuerdan a las brazadas agónicas de un náufrago que lucha por sobrevivir. Un baile errático y explosivo que es incapaz de alcanzar un objetivo que nunca tuvo. Infructífero. Sin un plan a seguir, sin directrices donde apoyarte jamás llegarás a la meta. Podrás conseguir nimias victorias, quizás eso sacie a tu ego ciego. Pero dime una cosa, ¿soñaste con ganar un combate o con ser un gran boxeador?

Mira ese baile de pies. Cada movimiento, cada reacción ajustada al tempo de su adversario, cada gesto está calculado. Responder en cada situación con la técnica más apropiada resulta instintivo cuando lo has hecho durante miles de horas. El caos no te traerá triunfos. Quizás sea un curioso compañero puntual con el que disfrutar de una noche y pasarlo bien, puede que incluso te invite a una copa pero jamás te regalará un combate y mucho menos te enseñará el camino del éxito.

Tú continúa entrando a trompicones en el gimnasio, lanzándote contra el saco para golpearlo sin control, deja que sea la ira quien te diga cuándo y cómo golpear. Verás que pronto aparecen las lesiones para acompañarte durante todo tu camino. Sigue comportándote como un animal, embiste obcecado a tu objetivo sin ser capaz de planificar tus movimientos. Haz lo de siempre, sitúate frente al saco y golpea de forma compulsiva sin entrenar, sin control, en medio del caos y déjate llevar por el impulso de cada instante. Suple tu falta de talento con arrebatos sobre la lona. Es la mejor y más efectiva forma de evitar aprender a escriBOXEAR.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Terror

En la noche cerrada de un miércoles una sombra se desliza entre la oscuridad dibujando movimiento sobre el pavimento apenas iluminado por unas lejanas farolas. Se adivina premura en el caminar, casi ansiedad cuando se aproxima al portal en penumbras, como si la cercanía de la meta supusiese un peligro acrecentado que el de caminar por la acera. Al enfrentarse al quicio del gran portón la sombra respira de forma acelerada, la bombilla solitaria sobre su cabeza recorta la negra silueta haciendo visible hasta el más mínimo detalle de su temor. Su cabeza se vuelve una y otra vez escudriñando en la nada, mira con ojos ciegos tratando de buscar algo que no quiere encontrar. Por fin abre la puerta y se cuela a toda velocidad, prácticamente corriendo, al interior. Como si el mismísimo diablo le persiguiese se dirige hacia el ascensor, aprieta de forma convulsiva el botón. Una ensalada de espasmos y sístoles asíncronas. "Vamoooos, ¡rápido!" susurra sin que nadie pueda escuchar sus súplicas. De pronto gira la cabeza en una sacudida, un silencioso caminar le ha hecho saltar como un resorte. No ha sonado nada, pero él lo ha percibido, el terror no puede ser más explícito en su cara. Ansioso e incapaz de esperar a que llegue el ascensor, levanta el vuelo hacia las escaleras. Las trepa de forma atropellada, resbalando en cada tramo hasta llegar a su piso. Desde el portal pueden escucharse sus inspiraciones, se percibe cómo lucha contra la atmósfera entera para hinchar sus pulmones de oxígeno, está al borde del colapso. A pesar de los temblores, consigue enhebrar la llave en la cerradura y empujar la puerta para abrirla de par en par. Salta al interior del piso y se lanza contra la puerta para bloquear la entrada. Se atrinchera después del portazo, que resuena en todo el edificio durmiente en calma y silencio. Expectante, inseguro, escéptico respecto a su entereza. Tras un buen rato chapoteando en un mar de oscuridad y calma, seca sus lágrimas con la manga de su abrigo, pasa su mano por la alborotada maraña de pelo de su cabeza y se gira lentamente sin dejar de apoyar la espalda en la puerta.

Parece que esta noche ha escapado, se ha librado por hoy, ha estado cerca pero... De pronto se encuentra cara a cara con el espejo de la entrada, no recordaba que estaba ahí. La mirada fija en el reflejo de sus propios ojos. Se acerca absorto hasta dejar su cara a unos centímetros de la superficie pulida. Petrificado. Se creía a salvo pero acaba de descubrir la cara del mismísimo terror. Donde una vez existieron un par de preciosos ojos pardos, con una mirada jovial y sincera, donde una vez su alma relució rebosante de vida, yacen ahora dos agujeros negros llenos de misera, hastío, muerte y vacío capaces de congelar el infierno. Su cuerpo se mantiene inmóvil, inerte, incapaz de reaccionar. Su cara se desvela ahora pálida bajo el tenue brillo de la luna que entra por la ventana. Su pelo, negro ,caótico y pajoso, recuerda a las enredaderas que abrazan la fría fachada de un viejo edificio en ruinas. Su alma entera se pierde por ese par de sumideros plantados en medio de esa cara. La expresión, estática, es de repugnancia y terror. Su vida entera parecer haberse perdido, su cuerpo inutilizado, su ser aniquilado. El terror, en su más cruda expresión, acaba de apoderarse de él y la puerta que ha utilizado para entrar en este mundo ha sido la de sus ojos.