miércoles, 28 de diciembre de 2016

Entropía (1 de 2)

- ¡Hombre, cuánto tiempo sin verte por aquí! Bienvenido, toma asiento, te serviré un café.
La respuesta fue un sonido gutural serio, pero educado. Casi un gruñido civilizado.
- Debatíamos sobre los protocolos de medición de la entropía, un tema apasionante si se me permite la subjetividad.
- Para hablar de protocolos deberíamos establecer en primera instancia una definición precisa -sentenció Ignacio.
El debate seguía en la sala, todos lo hacían con una educación exquisita y guardando las formas como auténticos lords ingleses. Julio lleva asistiendo un par de meses y jamás había visto al nuevo asistente. Se trata de un hombre alto, tez clara y ojos oscuros. Luce un gran bigote que puebla todo el espacio entre el labio superior y su nariz. Vestido de negro y camisa de pana, verde pardo, apenas llama la atención por su envoltorio, que es anticuado pero moderado. De semblante serio, severo en la mirada, movimientos calmados. Escucha a sus colegas con silencio receptivo, las manos cruzadas sobre el regazo. Se diría de él que tiene un semblante educado, serio y rígido. Intrigado por su silencio y serenidad con la que parece atender a todas y cada una de las aportaciones de la sala, Julio pregunta a Miguel, su compañero y mentor desde que se inició en estas reuniones:
- Miguel, ¿quién es el nuevo?
- ¿Él? -señaló con la mirada.- No es nuevo, es uno de los miembros más antiguos, pero hacía mucho tiempo que no se dejaba caer por aquí.
- ¡Ah! ¿Y cómo han dicho que se llama? -susurraba.
- No lo han dicho, no lo sé. Nadie sabe su nombre, nunca lo ha dicho.
- La entropía es un concepto muy complejo --argumentaba Ignacio.-- Según los sabios podemos establecer distintos paradigmas en los que contextualizarla y darle un sustento teórico sobre el que fundamentar las bases para su experimentación y, por ende, medición. Sin embargo, éstos pueden cambiar de manera sustancial los resultados ya no de la medición en sí misma, sino de las tesis extraídas del indudable método científico. Pues estaréis de acuerdo conmigo cuando insisto en la necesidad de inquirir sobre el origen de la misma, más si cabe que en los fines últimos de su aceptación actual.
- No -sentenció el solemne asistente.
El eco resonó en toda la sala durante unos segundos. Pareciese que dominase a la perfección el arte del silencio, en sus meditaciones ofreciéndolo de forma pasiva en el exterior de su cabeza, por contraposición a los efluvios de sus pensamientos; y en sus intervenciones fabricándolo tras sus rotundos juicios en las gargantas de todos sus interlocutores.
- Pero según el último artículo de Smith...
- Smith puede comerme los cojones

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