miércoles, 7 de diciembre de 2016

Terror

En la noche cerrada de un miércoles una sombra se desliza entre la oscuridad dibujando movimiento sobre el pavimento apenas iluminado por unas lejanas farolas. Se adivina premura en el caminar, casi ansiedad cuando se aproxima al portal en penumbras, como si la cercanía de la meta supusiese un peligro acrecentado que el de caminar por la acera. Al enfrentarse al quicio del gran portón la sombra respira de forma acelerada, la bombilla solitaria sobre su cabeza recorta la negra silueta haciendo visible hasta el más mínimo detalle de su temor. Su cabeza se vuelve una y otra vez escudriñando en la nada, mira con ojos ciegos tratando de buscar algo que no quiere encontrar. Por fin abre la puerta y se cuela a toda velocidad, prácticamente corriendo, al interior. Como si el mismísimo diablo le persiguiese se dirige hacia el ascensor, aprieta de forma convulsiva el botón. Una ensalada de espasmos y sístoles asíncronas. "Vamoooos, ¡rápido!" susurra sin que nadie pueda escuchar sus súplicas. De pronto gira la cabeza en una sacudida, un silencioso caminar le ha hecho saltar como un resorte. No ha sonado nada, pero él lo ha percibido, el terror no puede ser más explícito en su cara. Ansioso e incapaz de esperar a que llegue el ascensor, levanta el vuelo hacia las escaleras. Las trepa de forma atropellada, resbalando en cada tramo hasta llegar a su piso. Desde el portal pueden escucharse sus inspiraciones, se percibe cómo lucha contra la atmósfera entera para hinchar sus pulmones de oxígeno, está al borde del colapso. A pesar de los temblores, consigue enhebrar la llave en la cerradura y empujar la puerta para abrirla de par en par. Salta al interior del piso y se lanza contra la puerta para bloquear la entrada. Se atrinchera después del portazo, que resuena en todo el edificio durmiente en calma y silencio. Expectante, inseguro, escéptico respecto a su entereza. Tras un buen rato chapoteando en un mar de oscuridad y calma, seca sus lágrimas con la manga de su abrigo, pasa su mano por la alborotada maraña de pelo de su cabeza y se gira lentamente sin dejar de apoyar la espalda en la puerta.

Parece que esta noche ha escapado, se ha librado por hoy, ha estado cerca pero... De pronto se encuentra cara a cara con el espejo de la entrada, no recordaba que estaba ahí. La mirada fija en el reflejo de sus propios ojos. Se acerca absorto hasta dejar su cara a unos centímetros de la superficie pulida. Petrificado. Se creía a salvo pero acaba de descubrir la cara del mismísimo terror. Donde una vez existieron un par de preciosos ojos pardos, con una mirada jovial y sincera, donde una vez su alma relució rebosante de vida, yacen ahora dos agujeros negros llenos de misera, hastío, muerte y vacío capaces de congelar el infierno. Su cuerpo se mantiene inmóvil, inerte, incapaz de reaccionar. Su cara se desvela ahora pálida bajo el tenue brillo de la luna que entra por la ventana. Su pelo, negro ,caótico y pajoso, recuerda a las enredaderas que abrazan la fría fachada de un viejo edificio en ruinas. Su alma entera se pierde por ese par de sumideros plantados en medio de esa cara. La expresión, estática, es de repugnancia y terror. Su vida entera parecer haberse perdido, su cuerpo inutilizado, su ser aniquilado. El terror, en su más cruda expresión, acaba de apoderarse de él y la puerta que ha utilizado para entrar en este mundo ha sido la de sus ojos.

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