miércoles, 8 de marzo de 2017

El discurso

No sé dónde estoy, qué es lo que tengo que hacer ni lo que se espera que diga... ni siquiera sé quién soy. Sin embargo, una sala repleta de periodistas armados con sus cámaras y micrófonos aguardan impacientes mi comparecencia. El mundo entero espera que le ofrezca unas respuestas que no tengo, la gente confiará en mis palabras... y no sé qué voy a decirles.

Todo empezó hace veintiocho años, cuando yo tenía siete. Recuerdo estar jugando con mi hermana pequeña en una vasta extensión de hierba verde. Recuerdo cómo se nos acercó aquel extraño hombre. Mi hermana se asustó y salió corriendo hacia la vieja casa. Aquel hombre tenía una expresión distante pero por algún motivo no me daba miedo. No, no era miedo lo que sentía sino compasión. Sus ojos supuraban dolor, sus manos temblorosas revelaban una debilidad que trataba de encubrir con su discurso. Yo era un niño, pero lo recuerdo como si fuese ayer. Mi mente parece compartir ese recuerdo con la experiencia de mi psique adulta. No sabría explicarlo pero es como si mi mente permaneciese inalterable mientras mi cuerpo ha ido cambiando con el tiempo y madurando, como si mi cerebro percibiese el pasado, presente y futuro al mismo tiempo pero mi cuerpo estuviese anclado a una realidad organoléptica.

Apenas tengo recuerdos, de hecho ese es el último recuerdo que conservo. Después de aquella conversación no hay nada hasta la semana pasada, cuando "desperté" de pronto en una gran sala llena de personas trajeadas, reunidas ante una enorme mesa alargada. Sin embargo, no soy capaz de distinguir un antes y un después en la consecución de mis ideas, todo lo que sé... simplemente lo conozco. No he aprendido nada, jamás he aprendido nada nuevo, todo ha estado ahí de forma inmutable. No hablo de una percepción platónica del conocimiento, ninguna de mis ideas estaba latente en un mundo paralelo hasta que la descubriese. Todo lo que ahora conozco, lo conocía la última vez que recuerdo mi existencia y también la primera.

Tengo toda esa metainformación sobre mi cerebro y mis recuerdos... pero no tengo ni un solo recuerdo válido. Todos los recuerdos están dañados, no soy capaz de entenderlos. Están ahí pero tan solo son ruido. Hay millones de personas que, pegados al televisor desde sus casas, esperan escuchar mi mensaje. Todas esas personas tienen miedo, están asustadas y temen por sus vidas. Puedo darles un mensaje esperanzador o prepararles para lo peor, lo cierto es que poco importa. Tengo la información de la situación en alguna parte de mi cerebro, pero soy incapaz de acceder a ella. Tengo un presentimiento de que debería prepararles para su... ¿extinción? Ya no sé cómo se sienten los recuerdos, no puedo diferenciar lo que es real de lo que no lo es. No sé lo que voy a decirles a todas esas madres preocupadas, maridos, abuelas, hijos y presidentes de estado. Lo único que sé ahora mismo es... que me apetece un café bien caliente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡La interacción mola! Dime qué te ha parecido esta entrada.