miércoles, 22 de marzo de 2017

El taller de trabajo

¿Te acuerdas de nuestro refugio? Aquella casa perdida en un gran bosque en mitad de la montaña. Solíamos encontrarnos allí, pasábamos horas discutiendo sobre el mundo, tratando de arreglarlo; nos sentábamos al calor del fuego y dejábamos que nuestros ojos se contasen secretos mientras bebíamos café (nunca conseguí que te gustase, pero tus labios siempre me supieron a café). Disfrutábamos de la inmunidad que nos brindaba aquel precioso entorno, aislados de los mundanos problemas, sumergidos en divinos debates... Quizás ya no lo recuerdes, de aquello hace ya mucho tiempo. Quería decirte que he vuelto a nuestra cabaña.

Quizás por nostalgia, quizás por curiosidad (siempre que abro la puerta mantengo el aliento por si al entrar te encuentro en la mesa de la cocina), quizás porque en ese lugar me siento a salvo... Lo cierto es que no conozco el motivo pero me gusta esa cabaña. He estado en un par de ocasiones; he ido hasta allí, he pasado unas horas en la solitaria casa (estaba muy vacía sin ti) y me he ido. En la última visita hice algunas obras y quería informarte de los cambios. Quería hacer algo en la habitación del último piso, esa buhardilla que usábamos como trastero. Al principio pensé en una biblioteca, instalar un par de sillones, alguna lámpara de pie para iluminar, alguna mesilla y unas cuantas estanterías. Pero al pensar en los habitantes de esos estantes caí en la cuenta de una cosa. Revisé los libros de la casa: los de la estantería del salón y los que había repartidos por algunos rincones. Hojeé esos libros y me dí cuenta de que todos ellos estaban en blanco. Tenían tapas preciosas y todas sus páginas, pero estaban vacíos de contenido. Supongo que siempre que íbamos a la cabaña era para charlar, leernos el uno al otro y nunca nos interesó leer nada del exterior o caer en otros mundos. Entonces me percaté de que no tenía sentido contar con una biblioteca si no íbamos a leer, además ya teníamos espacios para la conversación.

Lo que pensé inmediatamente después, y se convirtió en mi elección final, fue en un taller de trabajo. De hecho ya lo tenemos montado. He instalado unas mesas grandes en las que trabajar, un panel con herramientas variadas en una de las paredes, una pizarra para el diseño de proyectos a modo de ideario, dos grandes estanterías llenas de materiales... y lo que más te va a gustar, en el rincón donde el tejado baja más, en esa esquina de menor altura he instalado unos contenedores para recoger los retazos, retales, restos y recortes de trabajos anteriores y futuros. Porque todo se puede reciclar y reinventar si tienes imaginación suficiente. Y de eso a ti te sobra, tienes esa capacidad de descomponer un proyecto y conseguir que la suma de sus partes sea mucho mayor que el todo. Por eso creo que un lugar de almacenamiento para todos objetos repletos de potencial te vendrá muy bien cuando te apetezca trabajar en la creación de alguno de tus inventos. Además, he ampliado el tragaluz del tejado y los ventanales, también he añadido un acceso al balcón. Los grandes ventanales nos proporcionan una entrada de luz natural suficiente como para no necesitar luz artificial durante el día. El tragaluz ofrece unas vistas nocturnas preciosas, pueden verse las infinitas estrellas de ese cielo tan hipnótico.

Te imagino trabajando en tu nuevo taller y no puedo dibujar en tu cara otra cosa que no sea una enorme sonrisa. Imagino la habitación repleta de proyectos terminados, otros en proceso de creación y otras muchas futuras ideas todavía sin tocar. Los ventanales abiertos de par en par, el cálido aire de la tarde veraniega secando algunos lienzos que descansan sobre la pared, el sonido de los primeros grillos acompañando a tus canturreos mientras manipulas un trozo de cuero, tus preciosos ojos bailando en una oscuridad cada vez más evidente. Una oscuridad que ignoras por completo, absorta en tu trabajo. Imagino esa estampa, que disfruto desde el último escalón de la escalera. Te subo algo de cena y un té frío para que descanses un poco. Me apetece escucharte contar el último proyecto en el que andas trabajando y enamorarme de esa luz que desprenden tus pupilas cuando te dejas llevar por la pasión.

Cuando me fui la última vez dejé la puerta abierta, como siempre. No sé si volverás a la casa ni si llegarás a ver el nuevo taller de trabajo. Ni siquiera sé si yo mismo volveré, pero lo dejaré todo tal y como está porque me ha encantado construir ese taller y he disfrutado mucho imaginándote trabajar en él.

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