miércoles, 15 de marzo de 2017

Mirada al cielo

Esta mañana me he encontrado con una situación sorprendente de camino al trabajo. En una de las rotondas con más afluencia de mi ciudad había un coche detenido, la puerta del conductor abierta y una hilera de coches atascados a causa del bloqueo en la carretera.

No se trataba de un accidente, el conductor de este coche había abandonado el coche y estaba en mitad del carril, con las manos en la cabeza y mirando hacia el cielo. No parecía tener ninguna lesión física, reía a carcajadas y parecía llorar de alegría al mismo tiempo. Gesticulaba con aspavientos, señalaba hacia el cielo y saltaba de un lado a otro. Los conductores golpeaban sus volantes, hacían sonar sus bocinas y gritaban e increpaban a este personaje. Él, con los ojos empapados y descaradamente despeinado, ha dado media vuelta y ha gritado "¿Es que no la veis? ¡Mirad que enorme y preciosa está La Luna!". Parecía un niño que ve por primera vez el mar o una anciana que descubre el tacto de la nieve en su piel. Estaba tan emocionado que daba la impresión de ser un excéntrico desubicado. Sin embargo, la pasión con la que estaba viviendo ese instante, la intensidad con la que describía el momento, la admiración con la que miraba a Luna...

He mirado al cielo, hacia donde sus gestos apuntaban, y he descubierto que tenía razón. Esta mañana, Luna tenía un tamaño descomunal. Su belleza multiplicada a razón de su tamaño. Increíble. Inefable. Precioso.

He estado a punto de salir del coche y acompañar a ese buen hombre, ¿acaso no veían esa Luna? ¿Cómo podía toda esa gente ignorar tanta belleza? A veces tenemos demasiada prisa para pararnos a disfrutar de las cosas pequeñas, a veces ignoramos los detalles y perdemos oportunidades de oro para admirar la vida... incluso cuando el regalo que nos hacen tiene treinta y ocho millones de kilómetros cuadrados y pesa más de setenta mil trillones de kilos.

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