miércoles, 15 de febrero de 2017

El último habitante de la Luna. Capítulo 2

Un accidente afortunado

[5 años antes]. La agresiva lluvia apuñalaba a charcos viejos y profundos. El viento agitaba los abrigos de los pocos náufragos que deambulaban por aquellas aceras otoñales de un poco apacible Londres vespertino. El apretado caminar de un pobre diablo que se había visto obligado a salir a la calle no se preocupaba de sortear los charcos, pues estos lo inundaban todo y resultaba imposible atisbar el final de aquel mar. La cortina de agua era tan densa que apensas era posible intuir los edificios del otro lado de la calle. Deseoso de llegar a casa y cobijarse junto al calor del hogar, anticipaba los reproches que le haría su mujer. Era una mujer temerosa, como buena cristiana era el miedo el que le movía a actuar y pensar en la forma en que siempre lo hacía. Eso no era malo necesariamente, amaba a su mujer y admiraba su comportamiento. Sin embargo, esa actitud había ocasionado más de una discusión en el hogar. Ella siempre confiaba demasiado en la bondad de las personas y eso era peligroso.

Había salido de casa por una petición urgente de trabajo, una tubería que había reventado anegaba el sótano de los Waves y amenazaba con hacer salir aprisa a todos los vecinos del edificio en mitad de aquella noche. Su mujer se había quejado, pidiendo que fuese otro fontanero en aquella ocasión, que era demasiado peligroso salir de casa y atravesar el viejo callejón que siempre solía inundarse. ¿Y si quedaba incomunicada y sola en casa? ¿Quién sabe los peligros a los que podían quedar expuestos? Ella encerrada en casa y él perdido en la calle. Había tranquilizado a su mujer, prometiéndole que volvería pronto. La faena se había alargado más de lo que le hubiese gustado y sabía que tendría que aguantar los lamentos de su preocupada esposa Agnes.

Caminaba todo lo rápido que podía mientras cargaba con el material de trabajo, se encontraba ya cerca de su casa. Restaba tan solo cruzar la avenida Trendshop, donde todas las principales tiendas del barrio dormitaban en silencio a causa del temporal, cruzar el parque de Wildbird y torcer la esquina hasta el callejón Oldaly, donde le esperaba su mujer. Decidido a cruzar la avenida, dio a parar su pie en un socabón en mitad de la vía. Metió la pierna hasta la espinilla, empapando aún más sus pantalones y quedando sus calcetines repletos de agua. Maldijo los astros, pues el tropezón le hizo perder el equilibrio, dejando caer algunas de las herramientas. Andaba recogiendo estas cuando uno de esos modernos automóviles apareció de la nada y estuvo a punto de arrollarlo. Si no fuese por un convecino que se lanzó hacia él, lo agarró por el abrigo y lo retiró de la trayectoria del asesino de hierro. Otra alma perdida que andaba bajo la tempestuosa noche y que, lejos de caminar ciego encerrado en sus propios pensamientos, había reparado en el inminente peligo y no había dudado en poner en peligro su propia integridad para salvaguardar la de Joshep. Aunque conmocionado, una cosa tenía clara, aquel hombre le había salvado de un fatal destino y se lo tenía que agradecer. Así se lo hizo saber y acompañó sus palabras de una invitación a cenar a la que no podía negarse. Insistió tanto que el buen samaritano no pudo hacer sino acceder. Tamaña sería la sorpresa de Joshep, y la de su mujer todavía mayor, cuando ambos descubrieran a quién iban a tener como invitado aquella crucial noche.

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