miércoles, 15 de noviembre de 2017

Rudolph no puede teclear porque es un reno

Dicen que todos los días tienen 24 horas. Yo no las he contado nunca, entre otras cosas porque casi siempre he pasado muchas de esas veinticuatro horas durmiendo; y cuando no he estado durmiendo he estado entretenido con otros menesteres. No es que siempre haya estado demasiado ocupado como para contar las horas de un día, no soy una de esas personas que no dejan de hacer cosas en cada minuto de su vida (nada más lejos de mi realidad), simplemente... no me lo he propuesto hacerlo hasta el momento.
 
He calculado cuánto tiempo paso de pie al día, cuánto sentado y cuánto tumbado; esos cálculos sí los he hecho alguna vez. También he contado cuánto tiempo paso comiendo o cuánto viendo la televisión. Podría decirte cuánto tiempo paso con la mirada en una pantalla de ordenador o incluso utilizando mi teléfono móvil (basta con preguntarle a él mismo). Esta mañana he calculado el tiempo que paso al año sacando la pasta de dientes del tubo, que mi pareja se empeña en apretar por la mitad en lugar de hacerlo como es debido: desde el final hacia la boquilla, de manera gradual. Son 36 minutos y medio al año, por cierto.
 
Aunque durante el tiempo de sueño no tengo consciencia ni soy capaz de controlar mis sueños; a pesar de que mi cerebro conecta ideas de forma aparentemente arbitraria y funciona de manera autónoma... voy a suponer que no dejo de ser yo. Voy a asumir que yo soy yo, al menos, durante todo el tiempo de mi vida. Podríamos entrar a considerar si seguiré siendo yo después de la muerte de mi cuerpo o si era yo antes de nacer; debatir sobre si la idea de mi persona que continúe en las mentes de las personas que me han conocido tras mi muerte, seguirá siendo yo; podríamos discutir sobre si antes de nacer, cuando todavía estaba en el vientre de mi madre o incluso en los planes de mis padres, yo ya era yo. Estoy utilizando demasiados puntos y coma y lo estoy haciendo fatal, discúlpame. Podríamos recorrer esos caminos filosóficos pero no lo haremos, consideraremos mi tiempo de vida y supondremos que yo soy yo (y mis circunstancias) durante ese tiempo. Es decir, no puedo dejar de ser yo. Ni cuando trabajo, ni cuando como, ni cuando veo la televisión, ni cuando me río a carcajadas escandalosas, ni cuando lloro amargamente, ni cuando me estoy lavando los dientes... ni siquiera cuando duermo. No puedo dejar de ser yo y mis circunstancias. Siempre soy yo, yo y mis circunstancias. Siempre yo.
 
Entonces dime, ¿cómo no voy a quererte si tú formas parte de mi yo, y yo no puedo dejar de ser yo? ¿Acaso no ves que no tiene sentido?

[Suena la canción Jingle Bells, Santa Claus saca de su bolsillo un teléfono móvil, aparta la mirada de la pantalla del ordenador y la dirige a su Smartphone]
 
"Perdona, me llaman por teléfono, Rudolph, y parece importante", teclea. "No te pongas celoso porque sabes que siempre has sido mi reno favorito."

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡La interacción mola! Dime qué te ha parecido esta entrada.