miércoles, 18 de enero de 2017

Elemental

Todo parecía bailar al son de un lunes dentro de la habitual normalidad en el día de hoy. A excepción de cuatro detalles que podrían pasar desapercibidos ante los inexpertos ojos de un mortal despistado pero que sin embargo resultan imposibles de omitir para un experto en el arte de la deducción y que apuntan, sin ningún lugar para la duda, hacia una única y evidente explicación.


El primero de los detalles que despertó mi curiosidad tuvo lugar a primera hora de la mañana. Al tomar el ascensor de mi casa para bajar a la calle, justo mientras terminaba de vestirme con la prisa habitual de esas horas para ir al trabajo y tras pulsar el botón que me conduciría a la planta baja, algo tremendamente inusual llenó apenas 3 segundos de mi tiempo. La puerta del ascensor no respondió a la velocidad usual sino que quedó abierta 3 segundos más de lo que acostumbra tras pulsar yo el botón. Hecho inexplicable si se toma de forma aislada, pero no por ello despreciable en absoluto.


El segundo de los hitos, y el que me puso en la pista de la posible explicación, tuvo lugar durante el trayecto en autobús. Contando con la multitudinaria asistencia de todos los lunes quedaba, sin embargo, un asiento libre al fondo del vehículo, justo al lado de una anciana que impedía el acceso al mismo. La hipótesis de la pasividad para explicar la falta de habitantes quedó desterrada cuando la anciana se apeó del autobús y un niño tomó el asiento, quedando su progenitor de pie a su lado sin tomar asiento. Por tanto, se unía este hecho a la lista de evidencias del caso, hasta el momento formada por un par.


Pero no iba a tardar en crecer tal lista, pues al llegar al trabajo tuvo lugar la tercera actividad inusual. Contando el edificio con una (mal llamada) inteligencia que ayuda a gestionar los recursos del mismo, no dispone de interruptores para la luz eléctrica. Por el contrario, son detectores de movimiento los que accionan o interrumpen el suministro de luz a demanda de sus transeúntes. Bien, pues estando yo en mi puesto de trabajo empleándome de forma afanosa en la consecución de mis acometidos, encendióse la luz del pasillo sin que pudiese verse persona ni objeto moviéndose en él. Otro hecho que tomado de forma individual podría atribuirse al azar para alguien mundano, pero que me resultaba imposible y hasta desagradable de desterrar a tal argumentación, dados los hechos anteriormente narrados.


Sólo hacía falta el último de los acontecimientos observados para concluir la tesis final. Y éste tiene lugar en el vestuario del gimnasio al que acudo tras el trabajo dos días por semana. Reduciendo los detalles a su mínima expresión, expondré que reparé en un bote de gel que andaba huérfano de dueño. Tras preguntar al único hombre que vi en el vestuario por la propiedad de tal objeto, éste se encogió de hombros y argumentó que no era suyo y que ya estaba ahí hacía un rato. Faltaría añadir que nadie había en las duchas y que ese hombre y yo mismo conformábamos el total de usuarios de cuerpo presente en ese momento.


Una vez experimentadas todas estas vivencias, la deducción lógica e inevitable resultó imposible de ignorar para mis pensamientos. Como el lector ya habrá podido saber, sólo hay una explicación evidente para lo acaecido durante este inusual lunes: el hombre invisible ha estado siguiéndome durante todo el día. La pregunta ahora es, ¿con qué intenciones lo habrá hecho?

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