miércoles, 11 de enero de 2017

Convite

Es demasiado tarde para arrepentirse, ni siquiera queda tiempo ya para debatir si fue buena idea. La realidad es que estás en su puerta, has llamado y estás esperando a que abra, con tu mejor sonrisa y el corazón a punto de... La puerta se abre y él saluda a tu sonrisa con la suya, sus preciosos ojos verdes te paralizan pero no es tiempo de quedarse plantada como una idiota, tienes que reaccionar. Te lanzas a saludarle con dos besos, que él transforma en un abrazo. Qué bien abraza el condenado, no entiendes cómo un gesto tan físico pueda ser tan intangible, inefable, inmaterial, in...conscientemente revelador.


Él omite la invitación a pasar, simplemente se da media vuelta y camina hacia la cocina; como si tuvieses todo el derecho del mundo a seguirle, como si lo natural fuese que dejases el abrigo sobre una silla y le acompañases. Mientras tu cabeza se lo cuestiona tus piernas lo hacen. Jamás habías estado en esta casa y, puede que sea el gélido día de enero que has dejado fuera o el precioso vecindario de pinos silenciosos y suelo blanco que enmarca la localización, pero sientes un aura encantadora que te envuelve. Recuerdas ese filtro de colores cálidos que utilizan en las películas cuando el protagonista está soñando, puede que estés en un sueño pero no te importa. El contraste es precioso, el candor de la chimenea encendida se adhiere al frío que los ojos perciben a través del enorme ventanal; la madera del suelo bajo tus pies refleja de forma perpendicular a los verticales troncos nevados de pino; su pelo, descarado y caótico, destroza la armonía que ordena el conjunto de leña perfectamente cortada y apilada en el exterior.


Te pide que le ayudes a preparar algo caliente que acompañe a la conversación y te señala la alacena mientras él se dirige hacia el otro extremo de la habitación. Es uno de esos preciosos muebles de madera natural, con puertas acristaladas y algún que otro detalle que demuestran los muchos años que lleva cumpliendo su función de guardar la vajilla. Coges el pequeño tarro de cerámica que te ha pedido y, al tenerlo entre tus manos, piensas en lo curioso que te resulta el efecto del tiempo. Mientras percibimos como algo negativo y feo el efecto que tiene el paso de los años en la piel de las personas, a la cerámica le sienta genial ese envejecimiento. De pronto te planteas cómo modifica el paso del tiempo a las personas, ¿habrá quien sepa reparar el alma de igual forma que hacen con la cerámica los artesanos del Kintsugi? Desde luego, a él lo has visto disfrutar de belleza donde tú sólo percibías viejas cicatrices, incluso contagiar esa maldita pasión que le acompaña hasta casi encontrar deliciosos tus complejos. Cierras la puerta de la alacena y te diriges hacia la mesa, descubres que el tarro que tienes entre las manos se llama "Té" y te sorprende la elección de la infusión, pero tu curiosidad queda insatisfecha. Como única respuesta recibes una petición de colaboración. Mientras él pone al fuego del hogar una vieja tetera llena de agua, tú te sientas a la mesa, una enorme mesa de madera de roble desnuda que encaja el protagonismo de su belleza (en cualquier otro sitio ocuparía el podio en solitario) en la preciosa estampa de la estancia rural.


Es impresionante la capacidad que siempre ha tenido para condensar placeres en un único instante, tanto temporal como espacial. Y es que, sin poder salir del encantamiento del lugar que os rodea, estáis fabricando una conversación tan natural y agradable que nadie adivinaría la fuerza con la que tu corazón golpeaba tu pecho instantes antes, mientras esperabas en la puerta. Es como si no necesitases vestir a tus palabras para presentarlas a tu interlocutor, como si todas esas ideas y sentimientos que nacen de tu interior saliesen a bailar distraídos y sin temores al jardín que hay entre los dos, como si os conocieseis tan bien por dentro que no hiciese falta hablar de las banalidades ni de las cosas importantes de las que suelen hablar las lenguas y pudieseis centraros en el diálogo que mantienen vuestros ojos mientras el mundo sigue su curso... o puede que haya dejado de girar, ¿a quién le importa?


Se mueve entre el fuego y la encimera, al otro lado de la mesa. Traslada dos tazas desde la balda hasta el fregadero. Coge la tetera y vierte sobre las tazas agua caliente para templarlas. Ejecuta sus movimientos en calma, sin prisa, los enmarca en una cariñosa ceremonia. Vuelve al fuego para dejar de nuevo la tetera. Vacía las tazas y las posa sobre la mesa. Te pide que aportes algunas hojas de té. Escoges las que te parecen más idóneas, aunque no tienes la menor idea de cuáles son las cualidades que hacen de una hoja de té la más idónea, y depositas tres o cuatro en cada taza. Las hojas tienen un aspecto añejo, secas y arrugadas, aunque imaginas que es fruto de la deshidratación y que al sumergirlas en agua se expandirán y regalarán su aroma, color y sabor al agua. Se gira hacia el hogar. Rodea el asa de la tetera con un trapo y la aparta del fuego. La conversación queda en suspensión por primera vez. Parece que todo en los últimos minutos era el preludio para este momento. Cuando inclina la tetera con cuidado, escuchas el susurro del agua al saltar al interior de las tazas, el último sonido que recuerdas es el que han hecho las hojas de té al recogerlas del tarro. El vapor de agua que asciende de forma categórica anticipa la agradable sensación que percibirán tus manos. El sutil olor que empieza a dispersarse desde ese volcán activo sobre la mesa, explica a tu olfato el mimo y cariño con que ha sido preparado.


Nunca has sido una gran amante del té, ni siquiera eres la autora intelectual del que se acaba de elaborar hoy, simplemente eres una cómplice que se ha visto involucrada en este magnético proceso. Y ahora te regalan el resultado:
 
- Te prometí convidarte a un café. Y si ahora te ofrezco este té -extiende el brazo acercándote la taza- es sólo para seguir debiéndote ese café mañana. No dejes que se enfríe.

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