miércoles, 2 de diciembre de 2015

O. T. T.

Los dos amigos quedaron para verse y compartir un café.

- Siéntate, que ya pido yo. Un té blanco, ¿verdad? -- preguntó él.

Ella sonrió, asintió y se fue en busca de una buena mesa. Cuando él volvía con las bebidas en la mano, ella miraba distraída el móvil. Al verle, lo dejó en el bolso y le dedicó una sonrisa juguetona:

- ¿Dos años sin vernos y todavía recuerdas de qué color tomo el té?
- ¡Claro! Nunca conseguí que te gustase el café. En fin, supongo que nadie es perfecto...
- jajaja, supongo que no. De todas formas, ya nos vale, ¿tenemos que irnos a otro país para vernos y charlar un rato?
- Culpa tuya, por haberte venido a trabajar a este país -- le reprochó en tono cariñoso.

Cuando él se hubo sentado, apartó con cuidado la taza de café humeante, el aroma del negro brebaje maridaba con el del té blanco, mucho más sutil, y conferían a la atmósfera de una calidez casi palpable. Él cogió una servilleta de papel, rescató uno de los bolígrafos que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa y escribió en la servilleta lo siguiente:


Ella, extrañada por el gesto, recordó que aquel tipo de cosas eran habituales en él años atrás, cuando ambos estaban tan unidos. Añoró aquellos tiempos, aquellas conversaciones hasta altas horas de la noche, aquellos paseos por la ciudad, aquellos cafés que compartieron... Le apenaba que cesasen hace años, pero estaba contenta (y expectante) de que el día anterior, de manera inesperada, le hubiese escrito "Estoy en tu país, te convido a un café". Justo ese día, ¿sería casualidad o lo habría elegido conscientemente? El mensaje había sido así de escueto, sin un saludo, sin un "¿Qué tal? Cuánto tiempo". Es como si se hubiesen visto ayer mismo y nada hubiese cambiado. Trató de saciar su curiosidad preguntando:

- ¿Qué es eso que escribes?
- Nada, cosas mías.

Ella, que al recibir el mensaje el día anterior había temido que él hubiese cambiado, comprobó que seguía siendo igual. Igual de único... y eso le encantaba. Aunque le desconcertaba el día que él había elegido para verse y el hecho de que no dijese nada al respecto, decidió olvidarse y disfrutar de aquel momento, de aquel regalo. Hablaron largo y tendido: hablaron de su trabajo, de lo que hacían con su tiempo libre, del poco tiempo libre que tenían, de los viajes que habían hecho en los dos últimos años, etc.

- ¿Te acuerdas de aquel viaje a la playa? ¿Cuánto hace de aquello? Algo así como mil años... -- ella lo recordaba bien, pero la verdad es que había pasado mucho tiempo desde aquel viaje y tenía miedo de que él no lo tuviese tan presente.
- Claro que lo recuerdo, fuimos de acampada y a Miguel le robaron el saco de dormir. O eso dijo él...
- ¡Es verdad! Tuvo que dormir a descubierto y al día siguiente fue a comprarse uno por el frío que pasó. ¿Quién iba a imaginarse que en pleno Agosto haría tanto frío en la playa?
- Bueno, era finales de Agosto y estando tan al norte nunca se sabe... Pero a pesar de la temperatura recuerdo que nos bañamos una noche en el mar. No he pasado más frío en mi vida, menuda idea de locos.
- La verdad es que sí. Fue idea de Teresa, Tere quiso nadar...

Él asintió y dejó escapar una sonrisa melancólica a la que siguió un silencio de unos segundos. Finalmente, ella terminó con el silencio:

- Fue un gran viaje, lo recuerdo con mucho cariño.
- Lo fue. También recuerdo que aquella noche en la playa paseamos juntos, dejando a los demás alrededor de la hoguera... Y recuerdo la promesa que te hice.
- Ah sí, lo recuerdo -- trató de decirlo sin que a sus palabras se adheriesen las emociones que le arañaban por dentro.
- Jamás llegué a cumplirla...

Ambos dejaron que sus miradas se zambullesen en sus respectivas tazas. Pasaron un par de minutos, o diez. Ninguno de los dos sabría decirlo exactamente. Pero cuando ella levantó la vista se encontró con el pelo alborotado de él, que había cogido la servilleta y escribía algo. Cuando la volvió a apartar con cuidado, comprobó que había tachado la O:


- ¿Por qué haces eso?

Él frunció el ceño y negó con la cabeza restándole importancia mientras cogía la taza para darle un sorbo a su café. La conversación se reanudó de inmediato y volvieron las risas, las bromas, las confidencias. En alguna ocasión, mientras ella hablaba, la mirada de él resbalaba por las pestañas de la chica, se zambullía en sus ojos y era incapaz de escuchar lo que le estaba contando. Hacía mucho tiempo que no sentía esa paz, esa calma, esa armonía entre alma y pensamientos. Sin lugar a dudas, aquellos ojos eran su jardín favorito para perderse. En uno de esos chapuzones paradisíacos, el muchacho tachó una de las T de la servilleta pero como ella sabía que sería inútil preguntar, no había dicho nada.

- ¿Y cuánto tiempo llevas en el trabajo?
- Año y medio ya. Cada día me gusta más, ¡y el mes pasado me ascendieron! Estoy muy contenta con la suerte que tengo.
- Vaya, me alegro. Debes de hacerlo bien... ¿Cuántas personas han muerto en tu turno? ¿Has batido algún tipo de récord y por eso te han ascendido? -- bromeó.
- Que gracioso. Pues mira, he perdido a 70 pacientes, setenta exactos -- enfatizó el número.
- Vaya, eso me pasa por preguntar. Buen golpe.

Un café y un té más tarde (sería imposible medir el tiempo en minutos u horas), justo después de que ella soltase una carcajada recordando alguna de las anécdotas que estaban recreando, él volvió a coger el bolígrafo, se inclinó sobre la servilleta y tachó la última letra.

 

Soltó un largo suspiro y una tímida sonrisa se dibujó en su cara sin que pudiese ni quisiera evitarlo, se dejó caer hacia atrás en el asiento como si se hubiese quitado un gran peso de encima:

- Bueno, pues ya van tres.
- Ya van tres, ¿qué?
- El trato era esperar a que llegasen tres.
- Pero ¿tres de qué? ¡No me entero de nada!
- Hice un trato conmigo mismo. Me callaría las dos primeras veces que me entrasen unas ganas irrefrenables de decirte que te quiero, pero ha llegado la tercera y ya puedo decírtelo. Bueno más bien recordártelo, porque ya deberías de saberlo.
- Yo no se nada, no me has dicho ni una sola palabra en los dos últimos años...--repuso. Su corazón acelerado se sentía incómodo ante un posible silencio y continuó hablando-- De todas formas, no se qué tiene que ver con la O y las dos T... Oh vale, ya veo. ¡Claro, cómo no me he dado cuenta antes! Estaba claro, son las iniciales de One, Two, Three, estabas contando, ¡por supuesto!

Él desoía el discurso de la chica. La sonrisa del muchacho era de alivio, ya no pretendía controlarse más, nada de ahogarse en silencios ni morderse la lengua. Se incorporó y, mirándole a los ojos a ella como si no hubiese nada más alrededor, como si la única luz del universo fuese la que radiaban aquellos preciosos ojos negros, le dijo:

- Vana, te quiero. Feliz cumpleaños.

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