miércoles, 25 de mayo de 2016

A pleno pulmón

Estamos en un elegante salón, con majestuosas alfombras que cubren un precioso suelo de madera. El mismo material cubre las paredes, decoradas con clásicos cuadros. Muebles antiguos y sobrios repartidos por la habitación confieren al clima de una calma y armonía propia de los palacios aristocráticos de la antigua tradición europea.
De pronto soy consciente de que me encuentro frente a ti, cara a cara. Ambos somos partícipes de una conversación solitaria en el gran salón. No hay música que nos acompañe, no hay personas adornando el ambiente. Solos tú y yo bajo la efímera eternidad que confieren las noches veraniegas. Llevas puesta esa preciosa sonrisa que sueles lucir cuando ignoras tu propia belleza natural, tu mirada se pierde entre los recuerdos mientras hablas de la vida, de lo que te ha sucedido durante estos últimos años, de tu miedo a volar... Lo cierto es que estoy empezando a dejar de escuchar tu voz para pasar a escuchar a tu cuerpo. Y te voy a pedir una cosa.
Habla, por favor. Habla del tiempo, del clima, habla de idiotas, de gusanos, de fobias, habla de cómo la sangre brota a borbotones cuando abres una herida. Habla de lo que sea pero, por favor, habla. No le concedas al silencio un sólo segundo. Hazme preguntas, insiste en lo banal, ofréceme otro café, señala cualquier detalle insignificante y absurdo para que lo desarrollemos hasta la saciedad. Necesito con todas tus fuerzas que me mantengas entretenido... yo estoy luchando. Aunque no lo percibas, mi respiración es entrecortada y mi pulso se ha acelerado. Un sudor frío empapa mi camisa y baña mi frente; el temblor de mis labios es más sutil que el de mis agitadas manos, pero mucho más complicado de ignorar. Abrázame si quieres, pero desde lejos. No puedo prometerte... no estoy en condiciones de asegurarte que vaya a seguir en pie durante mucho más. Los músculos de mis piernas están en tensión, todo mi cuerpo trata de contener las violentas sacudidas provocadas desde el interior. Hace un rato que he cometido el error de dejarme caer por tu mirada, he sido tan imprudente de dejar que mis ojos paseasen junto a los tuyos, que escuchasen el mensaje que ese par de agujeros negros tenían para mi atrincherado corazón. Hace un rato que un potro ha despertado nervioso y agitado y ha comenzado a cocear su jaula de costillas, galopa ahora desbocado dentro de mi pecho, destrozándolo todo. Apenas soy capaz de mantener la calma que puedes ver en mi media sonrisa. Creo haber dejado escapar una mueca de sufrimiento mientras mantenía un pulso de fuerza bruta con el animal salvaje que relincha desde mi garganta. Habla, cuéntame la primera anécdota que te venta a la cabeza, invéntate una historia, miénteme, di lo que sea... pero no me dejes a solas con tu corazón, distrae mi atención. Porque como vuelvas a abrazarme, como vuelvas a envolverme con tu perfume, como vuelvas a mirarme en la forma en que acabas de hacerlo, pestañeando un segundo justo antes de alzar tus ojos hacia los míos... te juro que no voy a responder. Me voy a lanzar hacia ti, te voy a acorralar entre mis brazos, voy a recitarte los latidos que silencian mis palabras, voy a volverme loco definitivamente y a dejar que toda la energía que arde en mi pecho salga fuera en forma de torbellino y destroce el salón entero. Voy a dejar que el potro desbocado se lance contra las paredes, impacte contra todos los muebles, destroce las ventanas, rasgue las cortinas, que entre la luz de la luna y la locura salvaje que duerme en el corazón de la bestia le domine. Dejaré que relinche a pleno pulmón y le reproche a la luna su entereza en este cuarto tan menguante. Voy a morderte los labios, besarte en el alma; voy a despeinarte la calma, enredar entre tu pelo mis manos; voy a mirarte desafiante y en silencio para, de pronto, recuperar la conciencia y contrariado darme media vuelta para salir por la puerta en silencio...
Dentro de un par de días intentaré volver a ti —te advertiré— a tu conversación, a este café educado en el gran salón de majestuosas alfombras. Volveré a llamarte, pero no me cojas el teléfono cuando mis manos temblorosas marquen tu número, ni se te ocurra cogerlo porque te llamaré con el único y arrogante pretexto de decirte que te quiero.

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