miércoles, 15 de junio de 2016

Sale un 3

Es un momento decisivo. No entiende cómo ha llegado a esta situación, no recuerda cómo ha dejado que su vida se descontrolase hasta este punto, aunque poco importa eso ya. Lo importante es lo que hay sobre la mesa. Y lo que hay sobre la mesa es su propia vida entera. Se juega todo en un disparo, si al lanzar el dado sale un 1, "pollo para cenar", podrá reestablecer el orden que reinaba en su vida antes de los dos últimos meses. Si sale un 2 o un 3 estará muerto. Y si sale cualquier otro resultado tan solo estará postponiendo lo inevitable... de modo que el único resultado que puede permitirse es ese 1. El dado, caprichoso y aleatorio, no obtiene nada con su sufrimiento, pero tampoco va a ser benévolo y le va a regalar ese 1 tan preciado. En la vida nadie te regala nada, y menos a un tipo que ha cometido tantos errores encadenados como él.

Se concentra con todas sus fuerzas, es su momento. Si logra que el 6 bese el tapete, dejando lucir por encima al número 1 todo habrá terminado, esta horrible pesadilla quedará atrás y podrá construirse una nueva vida. Cierra los ojos y se encomienda a las leyes del azar, a los tropezones del capricho, a la compasión del tiempo, a la divina providencia. Apenas es capaz de percibir nada en el mundo salvo el dado que tiene entre los dedos; ni el humo que inunda el oscuro salón, ni los tiradores de precisión que disparan sus miradas hacia su persona desde distintos ángulos, la gota de sudor frío que recorre su frente como un insignificante arrollo en medio del desierto buscando un camino de descenso hacia ninguna parte, ni siquiera el rítmico latido de su corazón que galopa en su pecho. Este es el momento, no hay otro ni lo habrá jamás, o lo pierde todo o lo consigue. Sabe que es su única oportunidad. Su cuerpo está en guardia, aunque su mente no concibe el fracaso. Tiene que salir un 1. Sus vasos sanguíneos se han dilatado, sus glándulas sudoríparas se han puesto a trabajar, sus músculos en tensión se reparten entre los paralizados y los que no pueden dejar de moverse en convulsiones repetitivas y nerviosas. Todo su cuerpo experimenta el tiempo a la velocidad de la luz, millones de sensaciones se solapan en un único punto, como si él mismo se  hubiese convertido en un Aleph. Su mente, en cambio, navega a la deriva en espiral sobre la misma idea: tiene que salir un 1.

Al fin abre la mano y deja caer el dado. Alea jacta est. La suerte está echada. Ni siquiera ha sido capaz de empujar el dado hacia una u otra trayectoria, tan solo ha abierto sus agarrotados dedos y ha libertado a ese pedazo de plástico que contiene su sino de la jaula de barrotes huesudos que lo apresaba. Quién sabe el recorrido que realizará el dado, los botes que dará en el tapete, si sus vértices tropezarán torpemente por el tablero o sus elegantes aristas bailarán en la pista. ¿Qué importa eso ya? El tiempo ha parecido ralentizarse. La densidad de entropía a su alrededor ha crecido exponencialmente en los últimos diez segundos, cuando empezó este texto. El universo entero parece estar paralizado, aguardando expectante al resultado que ese dado tiene que ofrecer. Puede que Dios no juegue a los dados habitualmente, pero es imposible que no esté pendiente de la mesa esta noche. No quiere mirar pero debe hacerlo, hay mucho en juego, su futuro y el de todo cuanto conoce, todo está en juego. Tiene que salir un 1. Tiene que salir un 1. El corazón está al borde del colapso, de pronto le lanza una señal en forma de pálpito, tiene un buen presentimiento. Es posible, puede que salga ese 1 y todo termine aquí y ahora, ¡claro que es posible! Tiene que salir un 1. No puede estar todo perdido. ¡Tiene que salir un 1!

Sale un 3.

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