miércoles, 8 de abril de 2015

Tormenta en una noche de sábado

Sentado a la mesa juega con una taza en silencio. Despeinado y cabizbajo, rodea el borde de la taza con la yema de sus dedos, viajando también en círculos sobre los mismos recuerdos una y otra vez. Recuerda cuando solía preparar el mismo brebaje. Coge una piza de polvo de color ligeramente azulado y lo añade a la mezcla de la taza. Al momento, una niebla blanca y abundante comienza a precipitarse desde el interior de la taza hacia la mesa. Recuerda cómo solías pedirle que preparase un poco de ese brebaje en aquellas noches lluviosas de sábado. Recuerda perfectamente la última vez que lo preparó. Cómo le mirabas, atenta, observante de cada gesto, asombrada por su capacidad para utilizar las cantidades exactactas de manera tan precisa pero despreocupada, pues él siempre añade los ingredientes a "pizcas". Se muerde el labio inferior y niega con la cabeza mientras percibe tu olor de aquella noche. Tú, impaciente por comenzar el ritual, te quitabas la camiseta mientras él te besaba el cuello y te invitaba a tumbarte sobre el sofá. Con la misma taza nebulosa en una mano, tomaba una cucharada y la derramaba sobre tu muñeca izquierda. Puede escuchar tu pequeño grito por la baja temperatura del brebaje, pero también recuerda tu sonrisa inmediata posterior, conocedora de lo que vendría después. Recuerda el olor de tu pelo recién lavado, extendido bajo tu cabeza, y puede recrear cómo estirabas tu cuello echando la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y centrándote en lo que tu cuerpo comenzaba a sentir. Recuerda perfectamente cómo acariciaba tu brazo, tu codo, tu hombro, tu oreja izquierda... Cómo, tomando otra cucharada colmada y humeante, la derramaba en tu ombligo. Le duele cada uno de esos pensamientos, por formar parte del pretérito perfecto, pero puede sentir la felicidad que disfrutaba al verte estremecer tras aquella cucharada sobre tu ombligo. Tu columna vertebral se curvaba, levantando tu vientre y arqueando todo tu cuerpo, dejando escapar un gemido tras otro. Tus manos se aferraban como podían al sofá, tus labios se tornaban blancos por la presión que tus dientes les hacían al morderlos, tus piernas comenzaban a bailar de manera arrítmica, interrumpidas por los espasmos involuntarios que acometían tu cuerpo entero una vez tras otra. Tu garganta dejaba de tener dueña ni límites y empezaba a dejar escapar auténticos gritos de placer. Todo lo demás en el mundo desaparecía, sólo importábais los dos y tu cerebro se centraba única y exclusivamente en sentir el máximo placer posible, el único objetivo de aquellos momentos era tratar de no perder la conciencia, disfrutar del mejor orgasmo de tu vida. Como cada vez. Todos esos recuerdos, que esta noche se amontonan al intentar entrar en esa taza sobre la mesa, parecen discutir con la niebla que escala por las paredes del recipiente y sale a borbotones, de manera continua pero descontrolada. En cuarquier caso, esas ideas del pasado le duelen demasiado, tú ya no estás aquí y eso se le antoja insoportablemente doloroso. Aparta la mirada al mismo tiempo que con un gesto descuidado con la mano, vuelca la taza y hace derramar el divino brebaje sobre la mesa de madera. Se levanta de la silla y sin volver la vista ni prestar la mínima atención al desaguisado que reina en la mesa abandona la cocina.

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