miércoles, 17 de febrero de 2016

Gigantes

Hallándome yo en una incursión por tierras desconocidas, aunque con un rumbo bien marcado divisé algo cotidiano en la vida de aquellos que lo protagonizaban pero sin embargo ciertamente inusual para mi experiencia.
No sabría explicar con exactitud la tremenda escena ni lo que ésta profirió a mi experiencia. No obstante, trataré de hacer una narración organoléptica con el único propósito de traducir al papel lo que mis sentidos percibieron.
Se trataba de uno de esos gigantes que habitan en nuestras llanuras, en las llanuras que conforman mis tierras y también las tierras en las que tenía lugar mi acometido de aquel día. Son, en general, gigantes pacíficos con los que los mortales vecinos de esos lugares han aprendido a convivir. La relación entre ambos es de recíproco respeto y ambas partes se procuran cuidados entre sí. La escena en cuestión era la de uno de esos gigantes lesionado, con un brazo destrozado por algún que otro devenir que no logro a imaginar, impedido para desarrollar sus funciones habituales y visiblemente dañado. Junto a este gigante (que yacía aún en pie, rodeado de la indiferencia de sus semejantes, aunque no quiero juzgar la moral de nadie) se encontraba un grupo de vecinos que, pese a contar con menos de la mitad de la mitad de la estatura del gigante, colaboraban para ayudar al mismo. Habían establecido una pequeña base de operaciones y se afanaban en recomponer el destrozado brazo de nuestro amigo. Ahí estaban ellos, seres casi insignificantes y perfectamente ignorables, ayudando a la recuperación de una de sus extremidades a unos de esos imperturbables e indiferentes gigantes.
No pude evitar recordar a mi amigo Alonso y su experiencia con los gigantes hace ya cuatrocientos años y pensar que en el fondo... no soy tan distinto a él.

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