miércoles, 11 de noviembre de 2015

Frío

Miguel regenta un bar en el barrio desde... desde toda la vida. El bar era de su padre y cuando Miguel contaba con dieciséis años comenzó a trabajar en él. Le ha dedicado toda la vida. Miguel tiene ahora cincuenta y un años y conoce a toda su parroquia.

Noviembre apura sus últimos días y las primeras heladas ya han dejado una capa de hielo en las calles. Este manto resbaladizo ya ha propiciado más de un susto a sus transeuntes. Es la historia de cada año: la castañera ha instalado su caseta y calienta manos y gaznate de los vecinos a dos euros la docena; el vendedor de lotería hace el Agosto en pleno invierno viendo acercarse la lotería de Navidad; los niños inician la peregrinación de cada mañana hacia el colegio, esa infinita fuente de sabiduría... y de aburrimiento para muchos de ellos. "Aprovechad y estudiad vosotros que podéis", les dice siempre Miguel. Él odiaba el colegio como el que más, pero recuerda con añoranza los tiempos en los que disfrutaba de sus amigos en el patio del colegio.

Son las nueve de la mañana y el bar apenas tiene movimiento: una pareja de peregrinos desayunan en una mesa en la esquina y Jose Luis, recién jubilado y viudo desde hace años, repasa el mentidero en la barra mientras da buena cuenta de su cortado. Alguien abre la puerta y una gélida bofetada de aire fresco entra junto a un hombre. Es un hombre adulto de semblante tímido, resulta complicado estimar su edad, pues parece pasar de los cincuenta, pero también se intuye que los castigos de su piel podrían mentirnos. Lleva un abrigo gordo muy viejo con las mangas destrozadas y un agujero en la espalda. Unos cuantes sin dedos y un sombrero improvisado con jirones de camisas viejas adornan la estampa. De los zapatos mejor no hablar, porque resulta difícil entender cómo alguien con esos zapatos no ha perdido los dedos de los pies en alguna congelación. Miguel lo reconoce al instante y le saluda efusivamente:

- Hola Julián, ¿Qué tal te va? ¿Qué vendes hoy?
- Buenos días Miguel, pues mira, hoy te vendo un saco lleno de frio...
- jajaja, es una gran oferta. No es nada fácil recolectar todo ese frío que traes. Está bien, te lo compro por un café con leche y unos churros, ¿qué te parece?

Julián aprieta los labios y asiente al tiempo que cierra los ojos. Es una mueca de agradecimiento, pero también de emoción. Julián conoce a Miguel y gracias a eso sabe que la bondad en el mundo todavía existe. Creer en las personas buenas es mucho más fácil teniendo un ejemplo delante de tus narices. En el interior de sus ojos, una lágrima aparece y recorre su alma haciéndole estremecer más que el propio desayuno que va a degustar.

- Muchas gracias Miguel, eres muy amable.

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